Huracán.

Capítulo diez.

Eres la persona más mierda que me he cruzado en la vida —mi voz se escucha rota, tal cuál como me encuentro yo—. Cuando amas no engañas, no haces daño...

—Adelante, suéltalo todo —interrumpe mi patético llanto—. Pero nada de lo que digas cambiará lo que pasó.

—No eres el hombre del que mamá se enamoró —reprocho—. No eres más que un cobarde que no sabe que lo único que inspira en la gente es lástima, un pobre imbécil que se cree lo último del maldito mundo cuando no vale absolutamente nada, un puto enfermo de mierda que...

El golpe llega interrumpiendo mi habla y mi cuerpo cae al frío suelo.

—No olvides quien soy y lo que puedo llegar a hacerte, pequeña bastarda —Murmura, acomoda su saco y se agacha a mi lado para tirar de mi cabello con fuerza—. No creas que solo porque eres mi hija no puedo lastimarte, eres la copia exacta de tu madre, una maldita perra.

Un quejido brota de mi garganta, las lágrimas intentan salir de mi ojos e intento no permitir que salgan. El insulto hacía mi no me importa en lo absoluto, pero, que insulte a mi madre 
—su esposa— quien se encuentra postrada en una cama de hospital me hiere de un modo inigualable. Toda palabra se incrusta en cada poro de mi y me llena de una rabia inmensa. Pero, a pesar de ello, me las arreglo para sonreír burlonamente.

—Solo eres mierda, nada más —su mirada se oscurece y se siente como si fuego puro recorriera el agarre en mi cabello—. Me asquea muchísimo ser hija de semejante basura.

De un tirón suelta mi cabello empujando mi cabeza al suelo, la misma golpea el frío piso y una corriente de dolor me recorre entera. Él se levanta con rapidez y lanza una patada en mi abdomen. Por instinto, me recojo sobre mis piernas intentando evitar que me lastime más.
Al parecer eso lo enfurece más porque comienza a asentar más golpes por el resto de mi cuerpo, no se detiene, cada uno es más fuerte que el otro y por más que me repito que no debo llorar, mis ojos comienzan a lagrimear sin que pueda detenerlo.

—¿Ahora si vienes a llorar, perra? —la burla en su voz es más notoria que nunca y me siento estúpida que nunca—. Llora del asco que darás de ahora en adelante.

Estoy rogándole que se detenga. Estoy suplicando que pare, pero no me escucha. No se detiene. No deja de golpearme. Pasados los minutos, los golpes paran abruptamente. No hay palabras. No hay insultos. Solo escucho un quejido que no es mío.

Que

No

Es

Mío.

Pese al dolor que cargo en el cuerpo, alzo la cabeza del hueco que tenía entre las piernas. No estaba preparada para lo que vi. Me toma unos instantes enfocar la vista, pero cuando lo hago, la visión es más impresionante que nunca. Un chico me da la espalda y golpea al hombre que estaba moliéndome a patadas.

Yo conozco a este chico.

Y lo conozco muy bien.

La vergüenza y el agradecimiento se asentan sobre mi y quiero hundirme quizá en el mismo infierno con tal de no darle la cara al chico que acaba de salvarme de terminar en el hospital después de una paliza.

—¡¿NO HAY OTRA MALDITA PERSONA DE TU TALLA CON LA CÚAL DESQUITARTE, PEDAZO DE MIERDA?! —estalla en grito, está dando golpes en su cara y sus nudillos están manchados de sangre—. ¡¿ACASO ELLA ES TU SACO DE BOXEO?!

El hombre en el suelo no responde, lo único que hace es soltar un quejido e intenta protegerse con sus manos. Lo cual resulta inútil porque el chico que se encontraba encima suyo se levanta y empieza a darle patadas justo como vio que las estaba recibiendo yo.

—¡PUES ADIVINA! —grita, esta furioso y con cada golpe la sangre sale de la boca de quien dice ser mi padre—. ¡TÚ SERÁS MI MALDITO SACO DE BOXEO AHORA! ¡¿QUE TE PARECE?!

No hay respuesta. Mi chico se encuentra tan furioso que no ha notado que lo ha dejado inconsciente.

—Evan... —El murmullo brota de mis labios de una manera tan débil que lo más probable es que no me haya escuchado. Sin embargo, mi voz es como un "¡Stop!"

Se aleja de cuerpo y voltea a mirar al suelo. Justo donde me encuentro. Se mira los nudillos cargados de sangre y hace una mueca asqueada. Procede a limpiar sus manos con su pantalón y se encamina rápidamente en mi dirección para abrazarme y murmurar que todo terminó. Me da un beso en la frente y me levanta del suelo para irnos del lugar.

Al salir de la casa, se acerca a su auto y me deja en el asiento del copiloto. Se acerca a mi cara y comienza a observar si tengo heridas en algún sitio. Esta molesto, furioso, sin embargo, procura no demostrarlo y me trata de una manera más frágil.

—Te prometo que él no volverá a ponerte una mano encima, mi amor —murmura, deja un beso casto sobre mis labios y pasa uno de sus dedos sobre mi mejilla—. No dejaré que nada te pase.

—¿Lo juras?

—Daría mi vida con tal de que nadie te haga daño —responde.

No dice más y uno nuestros labios en un beso, sellando la promesa que acaba de hacerme.
  
 

Harper.
 

—Si te soy sincera, hoy amanecí más pendeja que de costumbre.

¿Eso siquiera es posible? —murmura, al otro lado de la línea.

—Ya ves, cuando crees que no puede haber alguien más pendejo llego yo y supero tus expectativas.

Una carcajada se oye al otro lado del telefono y yo suelto una pequeña risa nerviosa. Acá huele mal.

Basta, vamos a la razón por la que me llamaste —su voz ya no tiene un tinte divertido. Ahora me habla como si estuviera en un juicio—. ¿En verdad huiste luego de besarlo? ¿Qué es lo que está mal contigo?

—¡No lo sé! —mascullo, me encuentro irritada y no tengo justificación para que haya huido como cobarde—. ¡Entre en pánico! Pero, debo admitir que volvería a hacerlo si pudiera, me gustó, en verdad.




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