La Sombra En La Selva

Esa noche, mientras Lamars y su tripulación dormían cerca del claro, un sonido extraño los despertó: un crujido intenso de ramas y hojas, como si la selva misma se moviera en alerta. Los nativos, que habían encendido fogatas pequeñas, permanecían inmóviles, observando hacia la espesura con ojos que reflejaban tanto temor como respeto.

Lamars tomó su linterna de aceite y avanzó con cautela. A cada paso, la luz iluminaba formas que desaparecían al instante, sombras que no correspondían a ningún animal conocido. Su corazón latía con fuerza, pero la curiosidad pudo más que el miedo. Entre los árboles, percibió luces pequeñas y fugaces, casi como fuegos danzantes, que parecían guiarlo hacia algún punto secreto de la isla.

Al acercarse, descubrió un pequeño claro iluminado por la luna, donde la vegetación parecía haber sido apartada de manera deliberada. En el centro había una formación de piedras con símbolos tallados, algunos similares a los que los nativos le habían mostrado durante el día. Lamars se inclinó para observarlos más de cerca, y sintió un escalofrío: las piedras emanaban una sensación de antigüedad y poder, como si contuvieran la memoria de generaciones enteras de la isla.

De repente, un grito corto y agudo resonó entre la selva. Los exploradores se giraron y vieron que la mujer nativa se acercaba corriendo, con gestos urgentes. Señalaba hacia un lado del bosque donde las sombras parecían cobrar forma humana, y Lamars comprendió que no todo en la isla estaba dispuesto a ser descubierto con facilidad.

El misterio y el peligro se habían manifestado de golpe: la isla no solo era un lugar para explorar, sino un ente vivo que protegía sus secretos. Cada descubrimiento traería conocimiento… y riesgo. Lamars respiró hondo, sabiendo que aquel evento marcaría un antes y un después en su expedición, y que la aventura apenas estaba comenzando.