Capítulo 1: Tropiezos de medianoche

Hannah Horch 

     El grito abrumador de una mujer provocó que Hannah despertara de forma abrupta, con la frente perlada de sudor y sus latidos descontrolados. Elevó las manos a su rostro e intentó recuperar la respiración, sintió como su pecho se oprimía y le tomó unos cuantos minutos reponerse sobre la cama después de esa continua pesadilla. Su mirada se perdió sobre los tenues colores del cielo que anunciaba la llegada del amanecer, su rutina comenzó tal y como todas las mañanas desde que se mudó a Los Ángeles. 

     Reposó la espalda sobre las sábanas en busca de calor, su cuerpo tiritó ante la brisa proveniente del ventanal semiabierto y más que una simple brisa rozando su piel, se trataba del vívido sentimiento de desesperación que abruma su corazón ante su constante pesadilla. Noche tras noche el tormentoso escenario vuelve a ella como si se tratara de algún recuerdo de la infancia; Hanna recordó el cuero del asiento de un auto en el cual yacía acostada, el aromatizante le hizo sentir mareada y la música a su alrededor le provocó un fuerte dolor de cabeza. No pasó mucho tiempo cuando escuchó el canto de una mujer que estremeció su piel ante el inminente peligro en el que se encontraba al percatarse que sus manos y pies estaban atados por una cuerda. 

     De pronto recordó como el auto se detuvo, la mujer se bajó y abrió la puerta dejando caer el cuerpo de Hannah sobre el suelo, el golpe provocó que su vista se nublara incapaz de reconocer el rostro de la desconocida. A lo lejos escuchó un par de voces distorsionadas gritar su nombre y sus sollozos se volvieron más sonoros ante la mínima esperanza de salir con vida de aquella carretera baldía. Sin embargo, el sonido de una detonación dejó en blanco su mente y un intenso dolor proveniente de su hombro hizo que se desmayara en cuestión de unos instantes.  

     Hannah se cuestionó como todas las mañanas sobre el significado de la pesadilla y ante la constancia con la que se presentaba su cuerpo comenzó a experimentar las consecuencias de la pérdida del sueño. Se ató el cabello y bajó de la cama sintiendo el ligero cambio de temperatura en sus pies, caminó hacia la ventana y removió la cortina recibiendo los débiles rayos del sol que le recordaban a su ciudad natal. El recuerdo de su padre abriendo las cortinas de su habitación y el aroma a café fresco proveniente de la cocina inundó su mente, han pasado dos años desde su partida y la distancia provocaba una profunda herida en su corazón. 

     Hannah escogió un vestido de su armario mientras las otras de café caían sobre la cafetera, el aroma a pan fresco era capaz de despertar a quien se paseara por su cocina. Su desayuno aguardó en el comedor mientras disfrutaba de una refrescante ducha que consiguió desvanecer sus tormentosos pensamientos. Ella no solía darle vueltas al asunto, sin embargo, culpaba a su constante estrés en el trabajo para evitar buscar respuestas supersticiosas a sus extrañas preguntas en internet. 

     Una vez preparada se sentó en la cocina a leer los titulares del San Francisco Chronicle, el rostro de su jefe llamó su atención bajo el titular; "El poderoso imperio de un enigmático heredero". Su sentido receptor esperó encontrar una decente biografía de un hombre cuya vida es un misterio, lo poco que se sabe de él es lo que los medios podían captar de sus inicios en la editorial. Se sabe de sus escándalos, de las amantes que fueron captadas por los periodistas, esto para la editorial no era un misterio ya que todos conocían los apasionantes amoríos de David Lacroze. 

     Era inevitable no conocer su nombre, David era la representación de la belleza y elegancia, de la inteligencia y sensualidad. Todas aquellas cualidades no pasaban desapercibidas en la primera impresión, ya que eran como la tela de su traje y el cuero de sus zapatos indispensables para él. Proveniente del seno de una influyente familia en la ciudad, era el hijo mayor de la familia Lacroze y al igual que algunos de los herederos de su misma generación, David era el heredero más joven en llegar a la presidencia de Lacroze Publisher. Los socios más longevos alababan su visión y acción como si se tratara de la minuciosa ejecución de un pintor al plasmar sus obras en el lienzo. 

     No obstante, eran pocas las personas que conocían los detalles de su vida íntima, Hannah sabía que las personas confunden el estilo de vida de una figura pública con la calidad de esta, hay quienes esconden problemas similares. Hay quienes compensan sus traumas con caprichos, quienes sepultan rencores al huir de ellos a grandes distancias. El dolor humano es un concepto poco comprensible, sólo aquellos que viven en carne propia los desprestigios de la vida son conscientes de las cadenas que cargan, los señalamientos no son más que un recuerdo de lo que son y de que serán hasta que queden en el olvido de los demás.  

     Pese a sus constantes cuestionamientos, Hanna continuó con su día y su viaje hacia la oficina fue más largo de lo normal. Cuando dio sus primeros pasos por la recepción principal de la empresa, Miranda, la secretaria, la saludó cálidamente como todas las mañanas y subió al ascensor dispuesta a dar inicio con su jornada laboral. 

     —Buenos días, querida Paty —saludó. 

     —El día de hoy no tiene nada de bueno, Hannah —dijo—. Tu jefe acaba de despedir al gerente de marketing y tengo una interminable lista de contactos para llamar antes del mediodía. 

     —¿Dónde está Theodore?

     —Resolviendo el desastre que causó tu adorable jefe en el departamento de marketing. 

     Patricia Hudson era la bonita secretaria de vicepresidencia y mejor amiga desde hace dos años atrás. Cualquier persona pensaría que su principal atractivo eran su cabello rubio y sus ojos verdes, sin embargo, su extrovertida personalidad era su mejor cualidad. Paty fue la única persona que se acercó a Hannah el primer día que pisó el edificio, cuestionando si su collar de oro era verídico y advirtiendo sobre las artimañas de las secretarias de pisos inferiores.