Capítulo 1 – La aparición de Lady Vólkova

Londres, en el presente

La bruma matinal cubría Mayfair como un velo de seda antigua. Todo era oro apagado, mármol frío y pasos discretos sobre alfombras persas. En el número 7 de Grosvenor Street, la residencia de los Vanderleigh despertaba con el murmullo de sirvientes y el aroma del café etíope recién molido.

A las 8:13 en punto, llegó un Bentley negro sin placas visibles. De él descendió una mujer con un abrigo azul medianoche y gafas de sol Chanel. Su andar era elegante pero no ostentoso. Parecía deslizarse más que caminar.

—¿Lady Vólkova? —preguntó el mayordomo con un acento tan pulido como el mármol de la entrada.

—En efecto. —Su voz era suave, con una ligera inflexión eslava—. Lord Alexander espera mi visita.

Y así entró al mundo Vanderleigh: sin llamar la atención, pero imposible de ignorar.

Durante la reunión en la biblioteca, entre portarretratos de caza y olor a cuero añejo, Lady Vólkova presentó su carta de intenciones. Un fondo de inversión suizo, una propuesta de adquisición de activos estratégicos en Europa Oriental y una serie de nombres que captaron de inmediato el interés del patriarca.

—Usted parece saber mucho de nosotros, Lady Vólkova —dijo Lord Alexander con media sonrisa—. Y nosotros tan poco de usted.

—Me temo que el pasado solo interesa a los historiadores, milord. Yo prefiero hablar del futuro.

El silencio que siguió fue de respeto. O de incertidumbre. Quizás ambas cosas.

Esa misma noche, durante una cena en el Club Apollinaire, los murmullos empezaron a correr. La mujer rusa con conexiones en Zúrich. La inversora con un aire casi aristocrático. La desconocida que logró que Lord Vanderleigh prestara atención durante más de diez minutos.

Anastasia, desde su mesa privada, escuchaba con atención los susurros tras las copas de champán. No necesitaba provocar escándalos. Bastaba con plantar una semilla.

Y ella acababa de sembrar el jardín entero.