LAS VEINTE CICATRICES

—Ese hombre ha resucitado, dos veces al parecer.

—¿Cómo puede ser posible? —cuestionó Zamalech.

—No sabemos cómo fue la primera vez, pero suponemos que camino al palacio, tuvieron que matarlo, ya que la última ocasión que lo vimos no tenía la cicatriz en la cabeza y cuando lo encontramos dijo que no recordaba nada.

—Sí señor y justo después de que Meliquedek lo apuñalara y lo tiráramos al río, él se levantó escupiendo agua y con la cicatriz en el cuello. Pero lo más importante, no recordaba nada —dijo Tut.

Abiatar estaba allá, con Salot y los hombres de Zamalech.

El líder comía un cordero ayudado de un cuchillo.

—¿Quieren hacerme creer que ese río es mágico?

—Sabemos que suena difícil de creer, pero en verdad le digo que, si quisiera, podría apuñalarme, y sumergirme en el agua, para comprobar que ese río cura —ofreció Tut.

Y Zamalech, un tanto ofendido, llevó al buen Tut para sacrificarlo en el río.

Meliquedek y Haf lo acompañaron. Y fueron testigos cuando el líder apuñaló a Tut en el vientre y lo arrojó al río.

En unos segundos, donde Zamalech esperó paciente, Tut emergió del agua, aún consciente, porque aquella herida no era mortal. Y Zamalech no se sorprendió hasta que su soldado abrió sus ropas para mostrarle la pequeña cicatriz en el abdomen.

Pero eso no fue suficiente para el líder, quién saltó al río y apuñaló veinte veces a Tut y después lo volvió a sumergir.

Después de salir, dijo.

—Veamos si es cierto que el río sana a los muertos.

Y el río sanó a Tut y Zamalech cayó de rodillas cuando le vio las veinte cicatrices.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Tut.

Meliquedek lo ayudó a salir y le dijo lo que había acontecido y que el río podía curar a los muertos.

Pero el líder, lloró, porque en sus memorias, el recuerdo del que no podía deshacerse desde hace 16 años, le revivió en la mente.

—Está vivo —gimió.

—¡Estoy vivo! —consoló Tut, pensando que a éste se refería.