Capítulo 12 – La Huida

David aterrizó en el jardín lateral, empapado por la lluvia, con la mochila llena de dinero.
El corazón le latía con fuerza, y cada músculo de su cuerpo estaba tenso.
Sabía que la mansión estaba alerta.

Un guardia apareció en el corredor principal, gritando:
—¡Ahí está!

David no dudó. Corrió entre la vegetación, saltando arbustos y esquivando estatuas de piedra.
Los pasos detrás de él se multiplicaban, y el sonido de linternas cortando la oscuridad se mezclaba con el rugido de los perros que empezaban a perseguirlo.

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Persecución peligrosa

David conocía la ciudad mejor que nadie.
Giró hacia un callejón lateral, bajó por escaleras de servicio y usó un sistema de túneles que había estudiado durante semanas: pequeñas rutas de escape que los guardias no esperaban.

Cada segundo era un riesgo. Una sola bala perdida, un tropiezo, y todo habría terminado.
Pero su mente estaba fría. Cada paso estaba calculado, cada giro planeado.

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El enfrentamiento final

Llegó a una reja que daba a la calle trasera. Sabía que afuera estaba el límite: patrullas podrían estar esperando.
Usó una ganzúa rápida para abrir el candado mientras escuchaba cómo los guardias se acercaban por el pasillo lateral.

Justo cuando terminó, un haz de luz iluminó su rostro: uno de los hombres de Salvatierra lo había seguido hasta allí.

David no dudó: pateó la reja, saltó al asfalto mojado y corrió hacia la moto que había dejado estacionada a unas cuadras.
Los disparos retumbaron a su espalda.
Una bala rozó la espalda de su chaleco. Otra rompió una ventana cercana.

—¡Casi ahí! —se gritó a sí mismo mientras arrancaba la moto y aceleraba por las calles vacías.

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David dobló en la última esquina antes del hospital, con la mochila asegurada en su espalda.
Pero entonces escuchó un motor acercándose: otra patrulla, y esta vez claramente buscándolo.
Su corazón se detuvo un instante.
Sabía que no podía detenerse, pero cada segundo perdido podía significar su captura… o peor.