El pajaro que no vuela

Leo se despertó de golpe.

El sonido.
Ese maldito sonido.

No era el chillido del tren, no eran los gritos… era el silencio después del impacto. Ese silencio pesado que te deja la mente vibrando. Se sentó en la cama sudando frío. A su lado, la ventana mostraba la ciudad tranquila; luces apagándose, autos pasando despacio. Nada especial.

Pero Leo no veía la ciudad.
Veía el túnel.
Veía el humo.
Veía el brazo extendido de Sonic.

Se levantó sin hacer ruido. Bajó la mirada: su mano temblaba. La apretó con fuerza hasta que los nudillos se pusieron blancos.
No quería recordar…
pero tampoco podía olvidar.

Caminó hacia el baño y abrió la llave. El agua fría cayó sobre su rostro. No ayudó.
El reflejo en el espejo mostraba a un chico normal, pelo negro, ojos ojerosos… pero él sabía que por dentro no era normal.

—Deberías descansar —dijo una voz grave desde el marco de la puerta.

Leo dio un respingo. Era Hiro, el comandante del grupo. Alto, serio, cicatriz en la ceja. Sus ojos lo analizaban como si pudiera ver lo que Leo estaba tratando de esconder.

—Estoy bien —respondió Leo sin convicción.

Hiro lo observó largo rato.

—Mañana es la misión —dijo al fin—. La primera misión real desde… ya sabes.

Leo tragó saliva.

—Lo sé.

—Si no estás listo, no entras.

Esas palabras le dolieron. No por lo que decía Hiro, sino porque era verdad.
Leo no estaba listo. No había estado listo desde el día del incidente.

Pero entonces volvió a sentirlo…
esa pequeña energía en su pecho.
Esa chispa que Sonic dejó atrás.

Leo levantó la mirada con determinación.

—Voy.

Hiro suspiró, pero asintió.

—Entonces prepárate. Mañana no habrá segundas oportunidades.

Leo cerró los ojos.
Recordó a Sonic.
Recordó su sonrisa.
Recordó cómo lo empujó para salvarlo.

“Un héroe no se mide por su fuerza… sino por a quién decide proteger” había dicho Sonic ese día.

Leo respiró hondo.

—Voy a hacerlo —susurró—. Por ti.

Y esa noche, por primera vez en mucho tiempo… Leo no huyó de sus recuerdos.