Confesión bajo la lluvia

La noche había caído sobre el instituto, pero Leo no podía dormir. Daba vueltas en la cama, con la mente atascada entre recuerdos del accidente de su abuelo… y la mirada de Aiko.

Esa mirada que lo perseguía más que cualquier pesadilla.

Finalmente se levantó y salió al pasillo. Afuera llovía, un sonido constante que llenaba el silencio.

Cuando llegó al jardín principal, vio a alguien bajo el techo de madera, mirando la lluvia caer.

Era Aiko.

Su cabello oscuro estaba ligeramente mojado por la brisa y tenía los brazos cruzados, como si estuviera pensando algo demasiado grande para guardarlo.

Leo tragó saliva.

—¿No deberías estar dormida? —preguntó.

Aiko sonrió apenas.

—Podría preguntarte lo mismo.
Hubo un pequeño silencio. No incómodo, sino de esos que cargan demasiadas palabras.

—Estaba pensando… en lo que dijiste —susurró Aiko, sin mirarlo directamente.

—¿Qué dije?

Aiko respiró hondo, como si fuera difícil decirlo.

—Que cargar con un pasado no te hace débil… que te hace humano.

Leo sintió un golpe en el pecho.
No esperaba que ella hubiera guardado esas palabras.

—Aiko… —intentó hablar, pero ella lo interrumpió.

—No quiero que sigas solo con ese dolor —lo miró por fin, y sus ojos brillaban por la lluvia y por algo más—. Si no quieres hablar, no importa. Yo solo… quiero estar ahí.

Leo sintió cómo el corazón le temblaba.
No por miedo, sino por algo que había olvidado sentir: calma.

Aiko dio un paso hacia él.

—No sé si es el momento, pero… —bajó la mirada un segundo—. Me importas, Leo. Más de lo que debería.

Leo sintió el impulso de acercarse más, pero se contuvo.
No quería romper esa delicadeza que había entre los dos.

—Tú también me importas —dijo al final—. Más de lo que pensé que me importaría alguien.

Aiko sonrió, una sonrisa suave, verdadera.

La lluvia seguía cayendo, y bajo ese sonido, ambos se quedaron allí… juntos, sin decir nada más, como si el mundo por fin se hubiera detenido.