Veintiuno

Acarició el marco de la entrada de aquel lugar que antes solía visitar, muy a menudo, con frecuencia. Observando así como este mismo se encontraba descuidado y destrozado por el pasar de los años.

Dejándose llevar por sus sentimientos, pensamientos, sus…

— Increíble…- escuchó una voz susurrante en su oído. - Vuelves aquí luego de matarme, ¿por qué?

— Es complicado. - respondió, ingresando luego para posteriormente sentarse y agarrar el cráneo de su ex amante.- Lo más increíble es que sigues aquí.

— De hecho ya no, no puedo tocarte, olerte, acariciarte...- dijo con firmeza aquella voz-, pero lo entiendo. Entiendo por qué lo hiciste.

Si solo él no le hubiese destrozado el corazón.
O si solo el Autor no hubiese perdido la cordura.

Y antes de siquiera decir algo, aparecieron las hadas, sacándole la capucha con sus diminutas manos, tratando de intimidarlo con sus risas desquiciadas y burlescas.

— Estas muerto en vida, Autor

— Estas preso en tus propios sentimientos.

—¿Deseas desaparecer? Hazlo

— Algo en ti está destrozado, ¿es tu corazón? ¿Acaso tienes siquiera uno?

Solo dejo que siguieran con lo suyo, hasta que divisó a una de ellas a su alcancé y la atrapó.

—¿Qué decías? A ver, dilo más alto.- se burló, aplastándola de a pocos con sus garras.- Eres tan pequeña, diminuta e insignificante, que mira a tu alrededor, este fue mi nido de amor con el que tanto ustedes deseaban. Ese que perseguían hasta que les haga caso, bicho patético…

Las demás hadas suplicaban que soltase a su compañera, imploraban y pedían perdón por las cosas dichas. Sin embargo, el Autor cansado de todo, apretó más el puño y terminó matando a ese pequeño ser, tirándola luego en algún lado.

— Que asco.- mencionó antes de largarse del lugar.

A ver si no volvía.
A ver si…