Prólogo

Algo que siempre me ha fascinado es la existencia de esa enorme bola luminosa que vemos todos los días en el cielo. Cuanto más pienso en ello, más increíble se torna. No es que sea fan de la Astronomía, pero si pienso en la importancia de esa gran estrella mi mente divaga hasta perderse en los más remotos pensamientos.

Para muchos el Sol no es más que un foco de luz, con cuya salida comienzan nuestros días. Pero es mucho más que eso. Es el centro de nuestro sistema solar, su luz no solo da calor, sino que es nuestra fuente de vida.

Fue adorado por muchas civilizaciones antiguas. En la mitología griega, Helios era la personificación del sol, y para los antiguos egipcios, entre todas las deidades solares, Ra fue una de las más importantes. Incluso los sumerios, considerados la primera civilización del mundo, tenían al dios del sol Utu.

Pero ¿qué pasaría si desapareciera?

No solo nos quedaríamos a oscuras, sino que la Tierra se saldría de órbita, el proceso natural de la fotosíntesis se detendría inmediatamente, el aire se condensaría y la Tierra se congelaría. En conclusión, todo se iría a la mierda.

Hace años yo tenía un sol alrededor del cual giraba mi vida. Se llamaba Mavric y era mi hermano mayor. Y digo tenía porque, sin previo aviso, un día su luz desapareció. Quizá las consecuencias no fueron las mismas que las que podría sufrir la Tierra, pero sin duda alguna, la oscuridad me consumió.

Durante mucho tiempo viví con miedo a enfrentarme a la realidad. Me aterraba abrir los ojos y darme cuenta de que el sol nunca volvería a salir.

Y entonces te conocí a ti, Luc. Fuiste tú quien me enseñó que de todo lo malo siempre habrá algo bueno que aprender. Fue así como abrí los ojos y contemplé las diminutas luces esparcidas por el cielo. Tú mismo me lo dijiste, ¿recuerdas?

«No sirve de nada esperar el amanecer si no te esfuerzas por aprender de las estrellas».

Y por si todavía no te has dado cuenta, esto no es un simple libro.

Esta es nuestra historia.