1. Una última pelea

Eran ya cerca de las 6 de la tarde cuando Víctor tomó su bicicleta y se encaminó al coliseo. Hoy habría espectáculo y, aunque las apuestas no estaban a su favor, tenía confianza. La brisa fresca de la tarde acariciaba su rostro, una mezcla de nerviosismo y emoción pulsaba en sus venas. Sabía que esta noche sería diferente; cada golpe, cada movimiento, estaría imbuido de una finalidad más profunda.

El oponente no era fácil, lo que provocó una mayor especulación en las apuestas. Sin duda alguna, era una buena oportunidad para hacer dinero. Los apostadores, con sus ojos ávidos y calculadores, murmuraban entre ellos, evaluando las posibilidades, midiendo la fuerza y la destreza de los combatientes.

Miguel lo esperaba por la entrada trasera del coliseo.

—¿Nervioso? —preguntó Miguel.

—¡Por supuesto! —dijo sonriendo Víctor— Me preocuparía no estarlo. Apuesta cien reales más, que hoy haremos buen dinero.

—¡Qué! ¡¿Cien reales?! ¿Esto es una broma, cierto? —respondió Miguel, algo desconcertado.

—No es una broma, apuesta, hombre, que hoy nos irá bien —dijo Víctor mientras le entregaba el dinero.

Miguel recibió el dinero con duda. Era su manager desde hacía cinco años y ya lo conocía bastante. Sabía que algo se traía entre manos y era cierto. La pelea de hoy sería la última de Víctor. Lo que haría en los próximos días no tenía vuelta atrás.

Víctor había estado entrenando toda la semana e incluso se había dado el tiempo de ver al menos unas 3 o 4 peleas de su oponente. Definitivamente quería ganar esta última pelea por Marco y toda la gente que lo apoyó desde un principio.

Marco, su tío y padre adoptivo, había sido un hombre de pocas palabras, un guerrero que llevaba las marcas de la batalla no solo en su cuerpo sino en su alma. No solía hablar mucho del pasado, pero fue él quien le enseñó a Víctor las artes de la lucha, un estilo ancestral que se transmitía de generación en generación.

En el camerino, se miraba al espejo y tomaba agua para calmar la ansiedad hasta que se oyó la puerta.

—Apuestas listas —dijo Miguel— Aunque sabes que esto me parece una locura, es demasiado dinero.

Víctor asintió, su mirada fija en su reflejo. Podía ver cada cicatriz, cada contusión que marcaba su carrera como luchador. Pero esta noche, estaba decidido a dejarlo todo en el ring.

—Esta es la última, Miguel —dijo Víctor, su voz temblaba con una mezcla de emoción y nerviosismo— Después de esta noche, todo cambia.

Miguel lo miró, sus ojos reflejaban una mezcla de admiración y preocupación. Conocía la determinación de Víctor, pero también conocía los riesgos.

La multitud rugía fuera del camerino, la energía era palpable. Víctor se puso de pie, sus músculos tensos, listos para la batalla. Miguel le dio unas palmadas en la espalda.

—¡Vamos, campeón! —exclamó Miguel, intentando inyectar confianza en su amigo.

La arena estaba electrificada, cada asiento ocupado, los ojos de la multitud fijos en el ring. Víctor entró, la intensidad de las luces y los gritos de la multitud lo envolvieron. Su oponente, un montañés robusto y feroz, lo esperaba.

La pelea fue brutal, cada golpe, cada movimiento cargado con la intensidad de años de entrenamiento y sacrificio. Pero Víctor estaba en su elemento, cada golpe que daba y recibía lo acercaba más a la victoria.

En el último round, con la energía menguante y el cuerpo adolorido, Víctor lanzó un golpe que derribó a su oponente. La multitud estalló en vítores. Había ganado.

Mientras la euforia de la victoria lo envolvía, una sensación sombría se apoderó de él. Era el fin de una era, y el comienzo de algo completamente desconocido. Mientras levantaba el trofeo, los lamentos de la tierra resonaban en su mente, una melodía sombría que presagiaba el viaje que estaba por emprender.

Esa noche, mientras la ciudad celebraba, Víctor empacaba. La rebelión, la misión, el destino; todo lo esperaba. Y estaba listo para enfrentarlo.