Cap 8: La sonrisa en la lluvia

Era un sábado nublado. Catalina había invitado a Santiago a acompañarla a comprar materiales para una maqueta de ciencias. Nada especial… o al menos eso pensaban.

Caminaron por las calles del barrio mientras hablaban de música, de libros, de tonterías que solo ellos entendían.
De pronto, el cielo empezó a oscurecerse y llovió con fuerza. No había tiendas cerca. Santiago miró a Catalina, y en vez de correr a cubrirse, ella levantó los brazos al cielo y gritó:

—¡Me encanta la lluvia!

—¿Estás loca? —dijo él, riendo.

—¡Sí! Pero a veces hay que ser un poquito loco para vivir bien —respondió Catalina, girando como si bailara con el agua.

Santiago no supo si era la lluvia o sus nervios, pero sintió un calor en el pecho. Quiso detener el tiempo.
Se acercó a ella y le dijo:

—¿Siempre vas a ser así?

—¿Así cómo?

—Así… libre.

Catalina lo miró, el agua chorreándole por el rostro. Esa mirada sincera, intensa, de alguien que no tenía miedo de sentir.

—Solo si tengo a alguien al lado que no me encierre —dijo con una sonrisa suave.

En ese momento no se besaron, pero todo el aire entre ellos lo gritaba. Había algo especial formándose, algo que no necesitaba palabras aún.

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Cuando llegaron a casa de Catalina, empapados, su mamá los regañó entre risas. Santiago se cambió de ropa con una camiseta prestada, y mientras tomaban chocolate caliente, Catalina le dijo:

—Hoy me di cuenta de que contigo no me da miedo mostrarme. No necesito disfrazarme.

—Yo tampoco —respondió Santiago—. Es como si… contigo pudiera respirar distinto.

Catalina le tomó la mano, sin apuro, sin planes.

—Entonces respiremos juntos, ¿sí?

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Esa noche, en casa, Mateo miró el cuaderno rojo de Santiago en la mesa. Lo hojeó sin leerlo todo, pero encontró una frase en la última página escrita:

> “Catalina es una tormenta suave. Daniela es mi raíz. Y yo… soy un árbol que empieza a crecer sin miedo.”

Mateo sonrió. Lo guardó con cuidado.
Su hijo ya estaba empezando su propia historia de amor.