Epílogo

Después que los niños habían partido, los arzhaelíes volvieron a sus labores, pero Iván entró a su despacho ordenándole a los krigers que no permitiesen entrar a nadie.

Se despojó de su lado humano, algo que no le gustaba de forma especial, pero que le permitía analizar las situaciones sin que los sentimientos interfirieran. Después de repasar la conversación con Mael, y que en realidad no aportaba mucha información y solo contenía una amenza expresa a la seguridad de Elijah, se dedicó a analizar todas las posibles razones, válidas o no, para que alguien quisiese secuestrarlo y finalmente llegó a una. El Draupnir. Elijah era portador de aquel objeto y estaba tan seguro como si lo estuviese viendo, que aquel era el motivo. El cómo se habían enterado aquellos indeseables de eso, no tenía modo de saberlo, y aunque aquel no era el Draupnir original, sino un regalo que sus divinos parientes le habían hecho al niño, Iván conocía bien la historia arzhvael, y sabía que la posesión de la Argolla Mágica había originado desde quiméricas búsquedas hasta cruentas luchas. De modo que si por cualquier motivo creían que la que Elijah tenía era la legendaria argolla, realmente su vida estaría en serio peligro.

Iván volvió a su estado natural y como le sucedía siempre, una vez que abandonaba aquel vacío habiendo encontrado la respuesta que buscaba, se sintió miserable, porque también y como siempre, esa respuesta no podía ser más aterradora.

A pesar de sus pocos años, Iván tenía un muy desarrollado instinto, no solo proporcionado por su entrenamiento, sino que era algo que venía en su código genético, él era un vampiro puro y si bien no vivía como uno, no podía suprimir todas las características de su raza, de modo que tanto el mencionado institno como las conclusiones que acaba de sacar, le estaban gritando que el período de paz que habían estado viviendo, había llegado a su fin, lo que no sabía, era que en lo que se avecinaba, no solo los arzhvales se verían envueltos, sino que se verían afectadas todas las Razas.