Capítulo 5

Entrada de diario – 6 de julio de 1883

Rendirse al deseo

Hoy, ya no pude luchar más.

Hace una semana, había decidido alejarme. Había prometido que mis sentimientos no cambiarían, que todo esto era solo una ilusión pasajera que mi mente había creado para llenar algún vacío que no sabía cómo llenar. Pero hoy… hoy me di cuenta de lo imposible que es frenar lo que está destinado a ocurrir.

Me encontré con él en el jardín de invierno. Estaba de pie frente a las mismas flores que un día me regalaron, aquellas que nunca entendí por qué me gustaban tanto. En su mano, llevaba una rosa. ¿Una coincidencia? Tal vez. O tal vez no.

Me miró, y no fue como las otras veces. No fue ese intercambio tímido de miradas. Esta vez, había algo en sus ojos. Algo que me hizo dar un paso hacia él, sin pensar, como si mis pies ya conocieran el camino.

Me habló con voz baja, como si nuestras palabras pudieran romper el hechizo que se había formado entre nosotros. Me dijo algo sobre las flores, sobre cómo la belleza de una rosa solo se aprecia cuando está por marchitarse. Algo tan simple, y aún así, tan profundo.

Lo miré y no pude evitar pensar que tal vez esa rosa representaba lo que había sucedido entre nosotros. Algo hermoso, pero efímero. Algo que, si se tocaba demasiado, se marchitaría y se perdería para siempre.

Pero sus palabras, su tono… todo me empujó a decir lo que nunca creí que diría.

"¿Y si no se marchita?", pregunté, casi sin darme cuenta.

Él sonrió. Esa sonrisa que me deja sin aire. Y en ese momento, supe que algo había cambiado.

No sé lo que vendrá después. No sé si debo seguir viéndolo. No sé si debo seguir sintiendo lo que siento. Pero lo que sí sé es que ahora no puedo vivir sin estos momentos, sin esas miradas que me estremecen y me hacen preguntarme si alguna vez existirá un amor que pueda llenar este vacío. Si existe alguien como él.

Y si todo esto está destinado a ser una promesa rota, que al menos lo sea con él.

E.