El primer sabor de los celos

Pasaron varias semanas. Andreas había cumplido su palabra: no presionaba, no exigía, no apresuraba nada. Simplemente estaba allí. Y eso asustaba a Marisa más de lo que lo haría cualquier intento de conquistarla.

Estaba acostumbrada a que los hombres o se rindieran rápido, o intentaran "ganársela" con los métodos habituales: regalos caros, cumplidos, palabras bonitas. Andreas no hacía nada de eso. Pero cuando no estaba cerca, algo le faltaba.

Esa noche, la galería inauguraba una nueva exposición. Había muchos invitados: artistas, críticos, empresarios. Marisa estaba ocupada con los últimos detalles de la organización cuando vio a Andreas. Estaba junto a una de las pinturas, escuchando atentamente a una joven de largo cabello castaño que reía y tocaba su brazo durante la conversación.

Sintió cómo algo caliente y desconocido comenzaba a arder en su interior.

Se obligó a apartar la mirada, a concentrarse en el trabajo. Pero fue inútil. Su atención volvía a ellos una y otra vez.

—¿Quién es ella? —preguntó a su amiga, fingiendo desinterés.

—Laura, historiadora del arte —respondió su amiga—. Es muy inteligente y… parece interesada en él.

Marisa apretó la copa en su mano.

—Es un hombre libre, puede hacer lo que quiera —dijo, sin mirar a su amiga.

Pero algo en su pecho se contrajo.

Al cabo de un rato, Andreas notó su mirada y se acercó.

—Buenas noches, Marisa —saludó con una sonrisa.

—Veo que has encontrado compañía interesante —respondió ella, con más frialdad de la que hubiera querido.

Sus ojos brillaron con comprensión.

—¿Estás celosa?

Marisa sonrió con amargura.

—Eres demasiado egocéntrico.

—Y tú niegas lo evidente.

Marisa suspiró, intentando controlarse.

—No tiene importancia. Solo somos conocidos.

Andreas se inclinó ligeramente hacia ella, su voz se volvió más baja.

—Sí, somos conocidos. Pero parece que no te soy indiferente.

Su corazón latía frenéticamente. Dio un paso atrás.

—Te equivocas.

Pero ambos sabían que era una mentira.