Peligrosamente cerca

Marisa no podía dormir.
Yacía en la oscuridad, mirando fijamente el techo, mientras los eventos de la noche giraban en su mente. El baile, sus manos, su mirada que le calaba hasta los huesos. Recordaba cómo sus dedos rozaban suavemente su espalda, cómo su aliento ardía contra su mejilla, y eso la hacía sentir un calor insoportable.

Todo había ido demasiado lejos.
No lo había planeado.
Pero, ¿acaso se podía planear a Andreas?

A la mañana siguiente, llegó a la galería más temprano de lo habitual. El trabajo siempre había sido su salvavidas, el lugar donde podía esconderse de sus propios sentimientos.

Pero no esta vez.

Apenas abrió su portátil, una notificación iluminó la pantalla.

Andreas: Si ahora mismo estás revisando algo serio, solo quiero que sepas que sé que estás pensando en mí.

Marisa frunció el ceño.
Era insoportable.

Cogió el teléfono, pero no respondió. Solo bloqueó la pantalla, como si eso pudiera hacerla ignorar los sentimientos que se agitaban dentro de ella.

Cinco minutos después, llegó otro mensaje.

Andreas: ¿No estás huyendo?

Se mordió el labio.
¿Qué demonios le pasaba? ¿Por qué siempre la hacía sentir tanto?

Sus dedos escribieron la respuesta sin que siquiera lo pensara.

Marisa: ¿Por qué lo haría?

Su respuesta llegó casi de inmediato.

Andreas: Entonces, toma un café conmigo.

Cerró los ojos por un segundo.
No. No debía hacerlo.

Pero sus dedos volvieron a presionar "enviar" por sí solos.

Marisa: Está bien.

Se encontraron una hora después en un pequeño café cerca del parque.

Andreas ya estaba sentado en una mesa cuando ella llegó.

—Parece que gané —dijo él cuando ella tomó asiento frente a él.

—¿En qué?

—En nuestro juego.

—Esto no es un juego —respondió ella, aferrándose a su taza de café.

Él se inclinó un poco más hacia ella.

—Oh, Marisa… Entonces, ¿qué es?

Ella lo miró y lo comprendió: él ya sabía la respuesta.

Pero quería que ella la dijera en voz alta.

Y eso era lo más peligroso.