24. La Última Jugada

La caverna tembló.

El resplandor de la piedra se desvaneció en un parpadeo, dejando tras de sí un silencio espeso, como si el tiempo mismo contuviera la respiración.

Marc no se movió. No podía. Su mente seguía atrapada en las imágenes que acababa de ver, en las sombras de un pasado que jamás supo que existía. Su mirada osciló entre Elena y Nathaniel. Ella lo observaba con una mezcla de confusión y temor. Él, con algo más profundo. Algo que Marc no pudo descifrar.

El Presagio, de pie entre ellos, sonrió.

—Ahora lo entiendes —dijo con suavidad—. Nada de esto es nuevo. Todo ha ocurrido antes.

Marc apretó los dientes.

—Mientes.

El Presagio inclinó la cabeza.

—¿De verdad crees eso? ¿Después de lo que viste?

Elena dio un paso adelante, los puños cerrados.

—No importa lo que hayas mostrado. No cambia quién soy ahora.

El Presagio soltó una risa baja.

—No, pero cambia lo que puedes llegar a ser.

El temblor en la cueva se intensificó. Rocas se desprendieron del techo, estrellándose contra el suelo en explosiones de polvo y tierra.

Marc se obligó a recuperar el control. No tenía tiempo para dejarse arrastrar por la confusión.

—Lo que sea que estés haciendo, detente.

El Presagio lo ignoró.

—Esta isla es más antigua de lo que creen. Y su propósito no es solo el de esconder secretos… sino revelarlos.

Nathaniel apretó la mandíbula.

—¿Y qué es lo que quieres?

El Presagio volvió a sonreír.

—Quiero que lo recuerdes todo.

Entonces levantó la mano, y la piedra volvió a brillar.

Pero esta vez, fue diferente.

El resplandor se expandió como una marea, arrastrándolos a todos en una oleada de recuerdos.

Marc sintió el golpe en la cabeza como si lo hubieran lanzado al océano. Su visión se nubló. El suelo desapareció bajo sus pies. Y cuando parpadeó, ya no estaba en la caverna.

Estaba en otro tiempo.