Experimento 56

—¿Segura que quiere tomar este expediente?

Asiente y toma entre sus manos el papeleo que dejó su esposo.

—Era un buen hombre —dice el general—. Tenga cuidado doctora, no queremos perderla a usted también.

Vuelve a asentir. Mira el techo para contener sus lágrimas. No sabe nada sobre este caso, él no quería hablar sobre ello en las noches. Era la primera vez que no quería contar nada. Y eso la llena de rabia y dolor. Deseosa por acabar con esto retoma su camino. Todos guardan silencio al verla entrar en la habitación. Cada uno de ellos sabe la verdad, y de seguro, también saben como acabará.

—Quiero entrar —dice.

—Doctora, no hay mucho que hacer, ¿sabe que es una muerte segura?

—Necesito verlo —susurra.

Se abre la puerta. Detrás de un cristal se puede ver una figura negra y grotesca de un lobo parado en dos patas. Solo se aprecia los ojos rojos de entre tanta oscuridad.

Ella trata de ocultar el escalofrío que le hace sentir. Mira de cerca el cristal, las fisuras no soportarán tanto.

—Por lo que más quiera, no se quite la mascarilla —dice el oficial—. Es inofensivo mientras no respire su aroma, si el animal detecta sus partículas dentro de usted, la matará al instante.

Asiente, mira el nombre del expediente “Olfato”. Deja a un lado la carpeta y se alista para entrar.

El lobo los sigue con la mirada. El gruñido se siente hasta las entrañas. Camina hacia ella. Se logran ver sus partículas con cada movimiento. Posa en la palma de la mano una de estas miniaturas esporas. Se quita la máscara. El lobo aúlla y se abalanza. De un mordisco le destroza el cuello. Y vuelve a chillar al sentir el cuchillo en su pecho. Los oficiales apartan el cuerpo del lobo, no querían perder la oportunidad de estudiar a ese fenómeno, pero más les duele, perder a dos de sus mejores científicos. No había mucho que hacer, así lo quería ella, y la sonrisa de satisfacción en su cadáver es la confirmación de su decisión.