Ventanas cerradas

Golpeo una y otra vez la pared. En mi mente vuelan las ideas como los pedazos de pintura y el crujir de la madera, siento que soy yo, recibiendo golpe tras otro.

Apago todas las luces, me molesta el brillo y resplandor que emanan, eso era ella en mi vida, ahora solo quiero oscuridad. Todavía pienso que solo es una broma, en cualquier momento regresará rogándome volver a vernos, siempre odié ese ciclo continuo, pero ahora lo deseo con desespero.

Me despierto molesto con el reflejo del sol. Reviso la hora en el despertador, falta poco para el mediodía, no acostumbro a dormir tanto. Me levanto obligándome a preparar algo para comer. Me siento perdido, desubicado, sin rumbo. Cuando llegué a esta casa estaba en un estado similar, sin motivos. Creí que me acostumbraría a la soledad, en realidad, nunca pude hacerlo. Intenté llenar este vacío con vicios, uno ayudó más que otro en su debido momento, pero al final del día siempre es la misma historia, la soledad sigue presente y los recuerdos son el tormento sin superar. Había podido librarme de todo esto gracias a la rutina. Dejé mis pasos andar sin trayectoria. Hasta que llegó ella para romperlo todo, me llevó de un lado a otro, haciéndome sentir emociones perdidas, recordé el valor de tener a alguien… y ahora, se quemó el almuerzo.

De nuevo el sol impacta mi rostro; me levanto llevando las manos a mi cabeza. Desde que se fue sueño con ella, se siente agradable y tranquilo, pero el despertar… La presión, el dolor, me llenan de angustia. «¿Por qué sigues apareciendo?», solo eres el reflejo de mi memoria. Tomo las cortinas con fuerzas para romperlas, al tercer intento ceden dejando entrar toda la luz al cuarto. Respiro agitado mientras observo la tela a mis pies. Llevo una semana desde mi renuncia. Estoy cansado del sol, siento que no duermo y es lo que más hago durante el día. Decidido me dirijo al garaje en busca de cajas y bolsas de basura, necesito acabar con la entrada de luz en esta casa.