Epílogo

Dentro del gran castillo de Thenejad, Thana estaba sentada, callada y con sus ojos cerrados. Parecía que estaba incluso muerta, ahí postrada con una calma que podría describirse casi demoniaca, hasta que abrió los ojos de golpe y escuchó cómo llamaban a la puerta de su salón del trono.

— ¡Adelante! —Ordenó la mujer, por lo que las grandes puertas de hierro pesadas se abrieron, mismas que dejaron pasar a un hombre de armadura oscura, acompañado de otro que poseía un traje muy elegante. Aquel se veía bastante nervioso.

— ¡Gran soberana mía! Este hombre trae noticias de la señora Jessenya y Zondra.

—Lo sé, han fallado —explicó Thana de momento, cosa que asombró a los presentes—. ¿El mago ha huido?

—N-no, su gran majestad —respondió temeroso el hombre de traje al hacer reverencia y colocando su vista hacia el suelo—. Él sigue donde mismo y hasta parece tranquilo —explicó el sujeto, para ser respondido por su reina.

—Ya veo, pueden retirarse. Mañana a primera hora tendremos reunión del consejo para discutir qué haremos pronto. Descansen por ahora —ordenó la mujer con una voz tranquila y autoritaria, reverenciada por todos.

— ¡Gracias, mi señora! ¡Gracias! —Dicho aquello, todos se fueron del lugar, por lo que quedó sola Thana en la enorme sala, contemplando la oscuridad.

—Pronto nos volveremos a ver, amor mío. No desesperes, que es sólo cuestión de tiempo para que las cosas sean cómo siempre las he deseado. Solos tu y yo contra este maldito universo —las palabras de la mujer se las tragó la oscuridad. Ella se abrazaba ahí, en su trono, respiraba profundo y dejaba que la vida que poseía la asfixiara lentamente al tratar de obtener su propósito al menos por unos momentos, suficientes para tener la voluntad y seguridad de continuar peleando por ello.

Un ente tenebroso y frío, cubierto de un manto de tinieblas y podredumbre, sonreía sin dudas ante tal escena, a la espera de los acontecimientos con una paciencia infinita.