Escena 19-El Juramento de sombras

El silencio que siguió al rugido fue más aterrador que el grito mismo.
Las tierras temblaban, y en el aire aún vibraba el eco de un poder antiguo, un poder que Mikeyla había despertado sin control… o quizás, con demasiado.

Su mirada ya no era humana. El brillo violeta de sus ojos se tornó negro, profundo como un abismo sin fin. La piel, antes bañada por la luz, parecía ahora marcada por las venas de la oscuridad.

—No hay marcha atrás —susurró—. Este mundo me negó su misericordia… ahora yo le negaré su paz.

Detrás de ella, las sombras se levantaban como cuerpos retorcidos. Guerreros caídos, criaturas olvidadas por los dioses, almas atrapadas entre el dolor y el deseo de poder. Uno a uno, se arrodillaron ante Mikeyla.

—Reúnanse —ordenó, su voz resonando como un trueno entre los restos del campo de batalla—. La era de la compasión ha muerto.

El suelo se abrió y de las grietas emergieron columnas negras que se alzaban al cielo como torres vivas. En lo alto de cada una ardía una llama oscura que no consumía… sino que creaba. Cada chispa daba nacimiento a un nuevo soldado de sombra, armado con la furia del olvido.

Alexandra, desde la distancia, observaba con el corazón desgarrado. Sabía que Mikeyla aún estaba allí, oculta bajo capas de odio, pero la oscuridad era más fuerte que nunca. Intentó avanzar, pero una barrera de energía la arrojó lejos.

—Aún no, guerrera de la luz —susurró una voz espectral—. Su destino no ha terminado.

Mikeyla alzó su espada, la misma que una vez había jurado usar para proteger. Ahora era un faro de tinieblas, brillando con un resplandor sombrío.

—Por cada lágrima derramada, por cada promesa rota, por cada traición disfrazada de amor… mi ejército marchará.

Y las sombras rugieron con ella.
El cielo se oscureció, las estrellas se apagaron, y en el horizonte, la marca de Mikeyla se extendió como una herida sobre el mundo.

La guerra no había terminado.
Apenas acababa de comenzar.