Escena 21-Sombras del ayer

El viento cesó. Todo quedó en un silencio espeso, como si el mundo mismo contuviera la respiración.
Mikeyla levantó su mirada hacia la luna manchada de rojo. La energía oscura que la rodeaba comenzó a agitarse, y un dolor agudo la atravesó.

De pronto, el suelo desapareció bajo sus pies. Su mente fue arrastrada hacia un lugar antiguo, un recuerdo sellado.

Volvió a ser una niña.
El bosque estaba lleno de luz, y su risa resonaba entre los árboles. Alexandra corría tras ella, ambas vestidas con túnicas claras, sin armas ni coronas. Todo era paz.
—¡Más rápido, Mikeyla! —gritaba Alexandra riendo.
—¡No puedes alcanzarme! —respondía ella, girando entre las flores que ahora ya no existían.

Pero el recuerdo cambió.
El cielo se oscureció, y una figura encapuchada apareció al borde del claro. La pequeña Mikeyla se detuvo, confundida.
—¿Quién eres? —preguntó.
—Soy quien te mostrará la verdad —respondió la voz, grave, como un eco antiguo—. La luz no te ama. Solo te teme.

Una grieta invisible cruzó el aire.
La figura extendió su mano, mostrando una esfera negra que latía como un corazón.
—Tu poder no nació para servir a la luz. Nació para equilibrarla. Pero te hicieron creer que eras un error.

La niña retrocedió, temblando. Detrás de ella, las voces del templo resonaron: “Controla tu energía, Mikeyla. No la dejes salir.”
“Eres demasiado peligrosa.”
“No como tu hermana…”

Su respiración se volvió un sollozo. Y en ese instante, el odio se mezcló con el dolor.
El recuerdo se rompió en mil pedazos, devolviéndola al presente.

Mikeyla cayó de rodillas, jadeando. Las sombras alrededor de ella se agitaron como si sintieran su tormento.
—¿Por qué me lo recuerdas ahora…? —susurró—. ¿Por qué justo cuando ya había aceptado mi oscuridad?

Pero en lo más profundo, algo había cambiado.
Entre las sombras, una chispa de la niña que reía en el bosque aún seguía viva… esperando ser liberada.