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Apenas terminó de cenar, miró de reojo a sus padres que aún permanecían sentados a la larga mesa del comedor "Luis XV".

Su padre no había quitado sus ojos de las páginas financieras del diario extranjero en toda la cena y su madre, por su parte, no había dejado de teclear en su laptop, arreglando sus citas de la semana, pensó acertadamente Mew: té con las esposas de los senadores en el club, juego de tenis con la hija del ministro y varias citas a su salón de belleza predilecto, por supuesto.

—¿Cuál es el nombre... de la empleada que nos sirvió la cena?— dijo Mew de repente.

Ambos, padre y madre, levantaron sus miradas extrañados. Lucían como si su hijo les acabara de preguntar la fórmula química de un extraño mineral.

—María...— dijo el padre como si nada.

—¿ María?— replicó la madre.

—¡Seguro que se llama María! Así se llaman todas las sirvientas,¿ o no?

—¿No saben el nombre de la empleada?— insistió Mew.

—Al parecer tú tampoco lo sabes...— la ironía de su madre lo hizo sentir mal.

— Es nueva... lleva poco con nosotros. Además, tengo más de 500 empleados en mis empresas. ¿Pretendes que me sepa el nombre de todos ellos? — dijo el padre visiblemente malhumorado.

—Da igual...— intervino la madre volviendo su mirada a la laptop— No necesitas saber su nombre, solo ordénale lo que necesites y ya... Están aquí para atendernos no para que aprendamos sus nombres. Además habla muy poco nuestro idioma...

—Ningún inmigrante sabe nuestro idioma...ni siquiera se toman el trabajo de aprender...—acotó el padre y se levantó de la mesa y se alejó sin siquiera despedirse.

La madre de Mew hizo otro tanto, dejando al joven sintiendo por primera vez en su vida, algo que nunca había sentido: vergüenza de ser hijo de aquellas dos personas que acababan de retirarse...