VI. LA SOMBRA DE LA CULPA.

La culpa se disfraza de grillete, pero aprieta más en la conciencia que en la piel. Que la conciencia sufre bajo su peso, como si el alma fuera una bolsa de piedras arrastrada por el viento. Pero lo que realmente aprieta es la sonrisa hipócrita del que te señala desde su pedestal, mientras mantiene las manos limpias de sangre. La culpa no está en el corazón de los que caen, sino en los que levantan la vara del juicio con una mano y esconden la otra en el bolsillo del poder. Hablan de perdón, pero el perdón nunca se encuentra donde hay condena. La condena es el traje que llevan los que viven del sufrimiento ajeno, los que se alimentan de la miseria de aquellos a quienes llaman "culpables". Y en el momento en que el condenado pide perdón, ellos ya han cerrado las puertas. No quieren oír, no les interesa el arrepentimiento. Su perdón es una moneda falsa, que brilla sólo en la luz de sus propias justificaciones. La libertad no se compra con palabras. No se compra con lágrimas ni con promesas vacías. La libertad no se pide, se conquista. Pero para conquistarla, hay que arrancar las cadenas del pensamiento, y esas cadenas son invisibles. Están hechas de miedos, de prejuicios, de estructuras que han sido moldeadas para mantenernos en su lugar. ¿Quién es más culpable? El que lanza la piedra o el que construye la muralla que la recibe? La culpa no se puede medir en gramos ni en horas, ni en sentencias. La culpa está en cada mirada que juzga sin saber, en cada dedo que apunta sin mirar su propia mano. Y esa culpa se arrastra, lentamente, como una sombra que nunca se desvanece. Porque el mayor pecado no es caer, es seguir creyendo que estamos en pie mientras la tierra se abre bajo nuestros pies.