Watanabe Chan

Luna de miel

Capítulo 34

Ran miraba por una ventana de la planta baja, mientras esperaba a su esposa. Le había dicho que quería darle una sorpresa y ella se había puesto tan nerviosa que llevaba veinte minutos de retraso porque no sabía qué ponerse. La cama de la habitación de matrimonio lucia llena de ropa y desastrada. El marido salió de allí incapaz de seguir más tiempo, mirando como su esposa se probaba una cosa tras otra, preguntándole que tal se veía y desestimando su opinión cuando le decía que estaba hermosa. Lo miraba con mala cara y sacudía los brazos.

—No es verdad, no me queda bien —le refutaba.

—Pero yo te veo muy bonita —contestaba Ran.

—No me estás haciendo ningún caso. Me dices eso porque ya quieres salir, pero no es cierto que me queda bien ¡Mira esto! —decía ella, señalando una bolsa imaginaria, una arruga, una mancha o cualquier otra imperfección—. Creo que he engordado —soltó por fin, frustrada.

Y ahí sí, el hombre se rio, porque su pequeña mujer era un calacimbre, con su cuerpo de niña, espigada y hermosa, pero flaca, muy flaca. Eso le valió la expulsión del cuarto y en realidad lo agradeció. Lidiar con una mujer que se está vistiendo puede ser una tortura para un hombre.

Había dicho en la empresa que se tomaba unos días y eso iba a hacer. Aprovechar el tiempo con Aiko antes de que empezara en la universidad y ya no tuvieran tanto tiempo libre ninguno de los dos. Esperaba que su idea la hiciera feliz.

—¿Qué hacemos aquí, amor? —preguntó ella un par de horas después cuando su marido detuvo el coche.

—Ya verás. Ven conmigo.

La niña se veía divina con su conjunto de vaqueros y camiseta, deportivas blancas, una chaqueta ligera y su bolso de mano en color cuero haciendo juego con el cinturón. Después de dar dos vueltas a su vestidor, fue lo que eligió. Ran había dicho que usara ropa informal y que iban a estar al aire libre y ella no sabía a donde la llevaba, pero estaba muy intrigada.

Ahora iba de su mano casi saltando, en parte por los pasos largos que él daba y en parte por lo emocionada que se sentía. Miraba a su marido y suspiraba loca de amor. Era tan bello ese hombre. Dejó pasear los ojos a los lados al percibir que eran observados y efectivamente, algunas mujeres miraban a su esposo como queriendo comérselo. Ella puso la mirada más feroz que pudo para ahuyentarlas.

“Lobas, este es mi marido”, iba pensando, mientras se arrimaba más a él para dejarlo claro. El chico la miró porque ella casi iba colgando de su brazo y aflojó un poco el paso sin entender qué pasaba.

—¿Estás bien, nena? —preguntó un poco preocupado por la rara expresión que ella tenía.

—Sí, sí. Todo bien, amor —decía y le sonreía, angelical.

—Ven por aquí. ¡Esto te va a gustar! —replicó Ran sonriente y entusiasmado.

Media hora más tarde, la cerecita estaba totalmente roja y gritaba como una loca, improperios, que si hubieran llegado a oídos de su nuevo esposo de seguro habría pedido el divorcio. Hasta el monitor que la acompañaba perdió un momento el control del ala delta en la que, en posición semi sentado tras la pequeñita mujer, iba guiando el extraordinario aparato, en un vuelo sobre las montañas de Hokkaido. Al marido le pareció maravillosa idea llevar a su mujer a vivir la experiencia de volar en parapente sin saber que a ella le daba terror las alturas y además padecía de vértigo.

Él iba en otro de los artefactos, con las velas de color rojo y amarillo desplegadas, siguiendo al primero. Aiko parecía muy asustada cuando la insto a subir y de entrada se negó, pero la convenció diciéndole que era una aventura inolvidable, ya al final se dejó colocar los distintos amarres escuchando las instrucciones del monitor de vuelo. Sin embargo, desde el momento en que los pies de la chica dejaron el suelo, no paró de gritar, aunque no se entendía nada de lo que decía. Ran no era capaz de decir si gritaba de emoción o de miedo.

Ni una cosa ni la otra. Fue todo el tiempo insultando hasta que finalmente descargaron sus cuerpos en tierra en una perfecta maniobra del experto profesor que controlaba el viaje. Ahí fue cuando ella por fin cerro la boca y el hombre lo agradeció infinitamente. Jamás había tenido un pasajero como ella y en varias ocasiones estuvo a punto de fallar en la maniobra, tal fue el nivel de estrés que le generó.

Aiko se tiró al suelo de rodillas y lo besó, mientras el hombre aquel se separaba de ella, mirándola con horror y murmurando por lo bajo que esperaba no volverla a ver por allí jamás. Al poco aterrizó también el dúo que los seguía, con un Ran feliz y renovado, intensamente impresionado por la increíble sensación de volar como un pájaro. Claramente, se le quitó todo cuando vio a su mujer tirada sobre la gravilla hecha un guiñapo y así desmayada.

—Nunca, ¡pero nunca más me vuelvas a hacer esto! —susurró enojada, pero sin fuerzas cuando su marido trató de levantarla en brazos. Se quedó en brazos de él como un trapito, dejándose llevar, mareada y con náuseas.

Ran tenía ganas de reír por como la estaba viendo en ese instante. No tenía fuerzas ni para pelearse con él. No entendía como se dejó convencer si lo iba a pasar tan mal, pensó. Mucho lo amaba si estaba dispuesta a seguirlo en sus locuras aun a riesgo de terminar vomitando y aunque le daba penita verla así, el corazón se le llenó de amor una vez más. Esa era Aiko Watanabe. Chiquita, peleona, digna, graciosa, bondadosa, pero por sobre todas las cosas, un corazón de pollo.

—Mi amor, descansa en mis brazos —le dijo al sentir que se removía demasiado. Él podía con ella de sobra.

—Me encuentro horrible —musitó. Y de verdad que se veía pálida y desmadejada.

—¡Shhhh! Te voy a llevar a descansar. Aún no acaba el día y tengo más sorpresas para ti —le señalo.

Ahí Aiko sí que abrió los ojos como platos y puso mirada de loca.

—Ran, por todos los cielos, si me vuelves a dar otra sorpresa así, te pido el divorcio y es en serio —afirmó entre dientes y con los labios tensos.




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