No la nombro. Porque hacerlo sería desnudar mi alma frente al juicio del mundo. Ella, tan joven, tan risa, tan llama, tan peligrosa en su inocencia de espejo. Camina entre mis días como si no supiera que es el poema que nunca escribiré. No debería mirarla con estos ojos que ya conocen el invierno, pero ella danza con la primavera en los labios, y me mata. He besado mujeres con la edad justa y los gestos correctos, pero ninguna tiene la luz salvaje de su mirada. En el silencio de mis pensamientos ella vive, eternamente musa, eternamente imposible. Y si alguna vez lees esto, sabrás que fui cobarde, pero nunca indiferente.
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