Prólogo

La batalla había terminado, pero la oscuridad seguía viva.

Hope permanecía de rodillas en medio de las ruinas, sus manos ensangrentadas aferradas a la nada. La espada con la que había soñado arrancar la esencia de la diosa y devolverle la vida a su amada, se desintegro. Un eco de risas antiguas lo envolvía, un susurro del poder antiguo que lo había consumido, debilitado… y que ahora lo dejaba vacío.

—¡No! —rugió, su voz quebrada, rota, como un hombre al que le arrancan el alma por segunda vez—. ¡Ella era mía!

Su mirada estaba perdida, enloquecida, un brillo febril que revelaba la grieta en su mente. Había tenido la oportunidad, la única, de devolverla a este mundo. Pero Aria, con su sacrificio, lo había arrebatado todo.

La tierra temblaba con su rabia, las sombras respondían aún a su llamado, pero no con la misma fuerza. El poder antiguo que lo sostenía se debilitaba poco a poco, como agua escurriéndose entre sus dedos.

Y entonces, entre aquel caos, una figura emergió. Leona.

Sus pasos firmes resonaron como cadenas en medio del silencio. Su mirada era fuego y guerra, pero en su pecho algo ardía con el eco de la voz de Hope. Una devoción rota, un sometimiento impuesto por las grietas del poder antiguo. Ella debía odiarlo, pero en sus ojos había un brillo oscuro… obediencia.

Hope la miró, y una sonrisa enferma se dibujó en sus labios.

—No la recuperé… pero aún no estoy vencido.

El antiguo poder, aunque resquebrajado, aún latía en su interior, susurrándole caminos prohibidos. Leona, se inclinó débilmente ante él.

Ese gesto fue el inicio del caos.

Porque aunque Hope había perdido la única oportunidad de traer de vuelta a su amor, ahora había encontrado un nuevo propósito: destruir lo que quedaba de esperanza en este mundo, desgarrar la luz que había arrebatado lo que era suyo.

Su locura se alimentaba del dolor, y su dolor era infinito.

La guerra aún no había terminado.

Porque mientras exista un corazón latiendo en la tierra, Hope lo reclamará como suyo.