El cerro. -

Intento escapar. Todo alrededor se mueve. No logro encontrar el camino. Algo está detrás mío. Atorado estoy entre unas rocas. Puedo ver una lengua pasando por mi cuerpo. Caigo al fondo de un agujero oscuro y maloliente. La piel de mi cuerpo se consume desgarrándose poco a poco en el ácido; desfigurándose los órganos internos, y el dolor se desintegra como todo lo que soy.

Comencé la aventura como todo mochilero en el cerro matorral. Al ingresar en un camino sorteando partes de un bosque de árboles viejos y secos. Decía prohibido el paso en una lengua nativa. Una herida en la mano generó unas gotas de sangre en la tierra.

Al llegar a cierta altura luego de horas de caminar el aroma de un animal muerto me hizo movilizarme rápidamente. Todo estaba cerrado, no había formar de seguir. Algo me empujó desde el suelo. Y un claro entre ramas avistó el sendero a lo que era una copa de otro cerro. Lo extraño resultó que no estaba en los mapas. Proseguí mi andar. La caminata duró un lapsus. Ya llegada la noche, acampé cerca de una cueva. El respirar de aquel aire era muy lúgubre. Un fuego simple y para sorpresa unos petroglifos. Nativos adorando a la montaña que los observaba. El fuego se esparció por el viento en el interior iluminando aún más en un rugido. Temí lo peor, y huí de ahí. Todo era oscuridad en una noche cargada de nubes. Mi mochila pesaba para descender. En el sendero no había más que matorrales. Algo no estaba bien y apenas veía en la nocturna situación. La linterna alumbraba otro camino, y mis pies se desgastaban con cada paso. No había bajada sino subida. Me he perdido. El agotamiento y el alba eran uno, y cada vez mi cuerpo se condenaba a la fatiga. Veo otro camino, y una cima. Al llega un crujido se presentó como un terremoto, mi pierna atravesada entre las ropas se partía. Los árboles se extendieron y algo succionaba todo.