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— ¿Quieres ir al baile conmigo? –pregunté indeciso, más que esperando una respuesta afirmativa, una catástrofe–.

Ella se quedó un momento en silencio, mirándome fijamente, muy seria. Luego soltó una sonrisita tímida, como si estuviera frustrada. Aun así, sus ojos se mantenían tan profundos y electrizantes, que casi era imposible poder escapar de ellos.

— Mmm... Depende.

Honestamente no fue lo que me esperaba. Yo pensaba escuchar un rotundo no, o por lo menos un “lo siento, pero ya tengo pareja”. También creí que recibiría una bofetada por atrevido, pero de todo lo terrible que me imaginé que sucedería esta tarde, hasta ahora no se había materializado nada. Ello era una buena señal. Eso supuse.

— ¿Depende de qué? –pregunté intrigado–.

— De que me demuestres que eres el mejor de todos los que me lo propusieron.

— Esto no debería ser una competencia, sabes...

— Pues no te lo tomes como tal. Yo diría más bien que para ti es una oportunidad inmejorable.

— ...

— Eres un tonto, sabes... –dijo tomándose del rostro–.

— Tampoco es para que te exaltes, sí.

— ¡Es que eres el único al que le estoy comentando estas cosas, no lo entiendes! Te estoy ofreciendo una ventaja considerable con respecto a los demás. No sé por qué, pero, ¿te interesa?

Asentí con la cabeza.

Y entonces me explicó brevemente como iría la cosa: durante estos tres días que faltaban para el baile, después de salir de clases, en el salón donde ahora estábamos reunidos, recibiría una notita con ciertas instrucciones escritas. Debía seguirlas al pie de la letra y esperar pacientemente hasta el viernes, donde se decidiría de una vez por todas el destino final de cada contrincante.

Inconscientemente ella estaba apostando por mí y yo no podía darme el lujo de defraudarla.

Pude comprobar, entonces, que dichos rumores que se esparcieron dentro del salón de clase,la semana pasada, eran ciertos.