CAPÍTULO 24. Luz en casa.

La tarde caía lenta cuando la puerta de la casa de Noam se abrió con suavidad.
Era su hermana mayor, quien entró con una sonrisa cálida y una bolsa de comida en las manos.
Desde la última vez que habían hablado, había sentido que debía acercarse más a Noam, ofrecerle compañía, apoyo.

-Hola, hermanito -dijo con voz suave-. Pensé que vendría a verte, decidí traer algo para cenar aquí.

Noam la recibió con una mezcla de sorpresa y gratitud.
No era fácil para él abrirse, pero ella siempre había sido una presencia tranquila en su vida.

Se sentaron juntos en la cocina, compartiendo la comida en silencio al principio, luego poco a poco las palabras comenzaron a fluir.
Noam sintió que podía confiar en ella más de lo que esperaba.

-Tengo algo que contarte -dijo Noam, jugando nervioso con la manga de su camiseta-. Tengo novio.

Ella lo miró sorprendida, pero su sonrisa no cambió. Al contrario, sus ojos brillaron con alegría.

-¿En serio? -preguntó-. ¿Cómo es él?

Noam sacó el teléfono y deslizó la pantalla hasta mostrar una foto.
Era Aiven, con su sonrisa tímida y sus ojos que parecían guardar un mundo entero.

Ella se quedó mirando la imagen, y luego su rostro se iluminó con reconocimiento.

-¡Es él! -exclamó-. ¡Es el chico que una vez me ayudó a recoger algo en la tienda!

Noam asintió sorprendido por lo que le había dicho.
La hermana sonrió y le dio un abrazo fuerte, sincero.

-Me alegra mucho, Noam. Te mereces ser feliz.

Por primera vez en mucho tiempo, Noam sintió que esa verdad se asentaba en su pecho sin miedo ni dudas.
Que había luz, que podía haberla, porque estaba acompañado.

Y en esa casa, con su hermana a su lado y el recuerdo de Aiven en su teléfono, Noam supo que no estaba solo.