Capítulo 17 – El amor de quienes no vemos

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El amor es el idioma más universal que existe, y sin embargo, el más incomprendido. Nos enseñaron a reconocerlo solo en gestos visibles: un abrazo, una palabra de aliento, un “te quiero” pronunciado en voz alta. Pero con el tiempo entendí que hay un amor mucho más grande, mucho más constante, que no necesita demostrarse en lo físico: el *amor de quienes no vemos*.

Ese amor me envuelve en cada señal. En cada instante en que algo dentro de mí me protege, me guía, me empuja hacia el camino correcto, aunque no lo entienda al momento. Es un amor que no exige, que no juzga, que nunca se va. Es presencia pura.

Muchas veces lo sentí en la quietud de la noche, cuando creía estar sola y, sin embargo, una paz inmensa caía sobre mí como un manto invisible. Lo sentí en los momentos de dolor, cuando parecía que no podía más y de pronto una fuerza nueva surgía dentro de mí, como si alguien me levantara sin necesidad de brazos. Lo sentí en esos pequeños milagros cotidianos que parecen insignificantes, pero que cambian todo.

Ese amor no se limita al tiempo ni al espacio. No necesita distancia ni contacto físico para manifestarse. Es eterno, porque proviene de almas que vibran en otras dimensiones, pero que eligieron cuidarnos desde siempre. Guías, ángeles, seres estelares… todos ellos son expresiones de ese mismo amor infinito que trasciende cualquier barrera.

El mundo puede llamarlo fe, imaginación, o simple necesidad de consuelo. Pero yo sé lo que siento: una ternura inmensa, una compañía constante, un calor que no se apaga. El amor de quienes no vemos está en cada respiro, en cada señal, en cada silencio lleno de presencia.

Hoy lo agradezco más que nunca. Porque entender que estoy sostenida por ese amor invisible me enseñó que nunca estoy sola. Y aunque no pueda ver sus rostros, aunque no pueda tocar sus manos, su amor es más real que cualquier certeza humana.