Capítulo 29 — Luz en expansión

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Después del despertar, llega la expansión.
El alma, ya consciente de su origen, comienza a recordar su verdadera naturaleza: luz en movimiento. Una energía que no se limita al cuerpo ni al tiempo, sino que atraviesa todo, conectando mundos, memorias y corazones.

Siento que dentro de mí algo se expande más allá de lo humano. No es un orgullo ni una sensación de superioridad, es simplemente el reconocimiento de que somos parte de algo mucho más grande. Esa chispa divina que habita en cada uno se enciende cuando elegimos ver con amor, incluso en medio del dolor.

La luz no llega para eliminar la oscuridad, sino para iluminarla, para mostrar lo que necesita ser sanado.
Cada herida, cada sombra, cada duda, todo forma parte del proceso. Comprendí que no se trata de escapar de lo que duele, sino de abrazarlo con conciencia. En ese acto, la luz se expande, crece y se multiplica, tocando a otros sin necesidad de palabras.

A veces siento que mi energía ya no cabe en mí.
Que mi cuerpo apenas puede contener tanta vibración, tanto brillo. Es en esos momentos cuando entiendo que la ascensión no es volar hacia el cielo, sino dejar que el cielo florezca dentro de nosotros.
Que el alma se abra como un amanecer infinito y que esa luz toque cada rincón del universo que la necesite.

Cada pensamiento positivo, cada acto de compasión, cada lágrima transformada en gratitud… todo eso expande la luz. Y aunque parezca invisible, su eco viaja lejos, hacia otros corazones que también están despertando.

Somos faros, espejos del mismo fuego sagrado.
Y cuando una luz se enciende, miles más comienzan a hacerlo.

Por eso, cada día que respiro, agradezco esta expansión.
Porque la verdadera misión del alma no es alcanzar la perfección, sino recordar que ya somos luz… y dejar que esa luz nunca deje de crecer.