NUEVO ORIZONTE

El avión descendió sobre Lisboa con un cielo gris y un aire fresco que olía a sal y a historia. Emma miró por la ventana, sintiendo que ese paisaje era un reflejo de su propio viaje: incierto, lleno de promesas, y también de nostalgia.

Llegó al aeropuerto con la maleta pesada y el corazón ligero. Nada de lo que dejaba atrás se sentía como una carga. Era más bien una mochila que había aprendido a soltar poco a poco.

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Los primeros días en Lisboa fueron una mezcla de asombro y desafío. El idioma, las calles empedradas, la gente que sonreía con un acento diferente, todo le parecía un sueño del que no quería despertar.

En la oficina, la bienvenida fue cálida. Luciana, su jefa, la apoyó en cada paso y le presentó a sus nuevos compañeros. Entre ellos, un hombre de mirada intensa y sonrisa franca captó su atención desde el primer momento.

Se llamaba Daniel.

No hubo palabras excesivas ni gestos dramáticos. Solo encuentros breves, conversaciones casuales, y una sensación extraña de familiaridad.

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Una tarde, Daniel invitó a Emma a recorrer la ciudad. Caminaron por barrios antiguos, compartieron cafés y risas tímidas. Emma sintió que algo dentro de ella despertaba.

No era solo la novedad. Era la posibilidad de un amor que no venía a rescatarla, ni a llenar vacíos, sino a caminar a su lado.

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Por la noche, mientras escribía en su diario, Emma pensó:

> “No sé qué traerá el futuro. Pero sé que estoy aquí, viva, y que estoy lista para amar otra vez. Esta vez, sin miedo. Esta vez, conmigo.”

Y en esa simple afirmación, supo que el amor verdadero había comenzado a llamar a su puerta.