Capítulo 8

—Tengo algo para ustedes que les va a interesar —dijo el chino por el teléfono.

—¿De qué se trata, Qiang? —Tenían el altavoz en el despacho de Rinaldi.

—Una organización está intentando copiar la receta de su psiconautico.

—¡Y una mierda! —gritó Aivor.

—¿Dónde?, ¿quiénes? —Antoni sentía la sangre hirviendo.

—Es normal tras haber estado vendiéndolo por tres meses sin ninguna pausa, los compradores habituales de las otras mafias están dejando de consumirles. Han despertado sus dudas.

—¿Qué podemos hacer entonces, Qiang? —Giancarlo siempre tenía la mente fría.

—Acabarlos desde adentro. Hay dos maneras de hacerlo…

—Y una no les va a gustar —interrumpió Caro, que estaba con el chino.

—La primera, que es más fácil para ustedes, conlleva un gran riesgo. Se trata de mandar a la policía a desmantelar todo ese movimiento que se está creando, sin embargo, el informe será obligatorio y hay una gran posibilidad de que los perros de la DEA huelan el caso y quieran meter sus narices.

—Cosa que no permitiremos de ninguna manera o estamos acabados —añadió Caro.

—La otra, es mandar a mi gente y a la suya para ir a exterminar la operación. Pero aquí también hay un pero, deberán ir ustedes dos. Si la gente se entera que ustedes dos están yendo personalmente a destruir a quienes intentan copiar su droga se llenarán de miedo y se ganarán el respeto de las otras mafias.

—Pues qué estamos esperando, acabemos con esos hijos de puta. —Se apuntó Antoni.

—¿Entienden el riesgo de ir ustedes personalmente? —Rinaldi parecía genuinamente preocupado.

—Lo entendemos, señor, por eso Aivor irá con nosotros, es el mejor tirador de aquí.

—También irá Wong —agregó el chino—, es mi mejor hombre.

—Pues entonces estamos listos —dijo Giancarlo.

—Siempre lo hemos estado, hermano —añadió Antoni.