Capítulo 7

El Árbol del Renacer

El viaje hacia Dominia Noctis et Lux comenzó bajo un silencio sepulcral, un silencio que ni los pasos de los ángeles caídos, ni las sombras que siempre rodeaban a Demyan, se atrevieron a romper.

Truth caminaba delante de él, guiada por un instinto que no provenía de este mundo, sino de su misión eterna. Demyan, aunque lo disimulaba, sentía su corazón temblar: no por temor a lo desconocido, sino por la certeza de que, en cada paso, se acercaba al destino de Aria.

El lugar intermedio entre la luz y la oscuridad no era como ninguno de los reinos conocidos. Al atravesar el umbral, se encontraron con un paisaje imposible:

árboles de corteza plateada que lloraban savia luminosa, plantas que ardían con fuego azul sin consumirse, y criaturas que parecían estar hechas de cristal, moviéndose entre los matorrales sin dejar rastro. Eran seres que no pertenecían ni al Reino de la Luz ni al de la Oscuridad, guardianes de un equilibrio perdido.

Cada mirada revelaba un peligro y una maravilla. El aire estaba impregnado de una pureza tan fuerte que resultaba sofocante, como si aquel mundo no aceptara presencias externas por mucho tiempo.

Demyan, acostumbrado a dominar territorios enteros, se sintió extraño… vulnerable.

—Este lugar… —murmuró él, con voz grave—. Ni siquiera yo sabía que existía.

Truth se detuvo, girando hacia él con la serenidad que siempre cargaba.

—Porque no pertenece a nadie. Dominia Noctis et Lux es un punto de equilibrio. Ni los ángeles ni los demonios tienen poder aquí. Aquí solo rige la verdad de lo que somos.

Siguieron avanzando hasta que, en medio del horizonte, apareció el corazón del lugar:

un árbol colosal, dorado, que parecía latir como si tuviera vida propia. Sus hojas desprendían un resplandor cegador, como miles de estrellas cayendo a la tierra, y su tronco emanaba una vibración que hacía retumbar el suelo bajo los pies de ambos.

Era como si el universo entero respirara a través de él.

—El Árbol del Renacer —dijo Truth con un dejo de reverencia, inclinando la cabeza—. Todo fluye de él. Su luz es la única capaz de devolver lo que fue arrebatado.

Aquí es donde tu flor encontrará su vida… y con ella, Aria regresará.

Demyan no respondió. Su mano tembló cuando llevó los dedos a su pecho.

Sacó la flor de loto dorada, aquella que Aria le entregó en vida. La había guardado como un tesoro, como un símbolo de amor eterno, sin saber que en realidad era el legado de la diosa angelical.

Al contacto con el aire del lugar, la flor comenzó a brillar intensamente, como si reconociera al árbol que la esperaba.

Con un suspiro, como quien entrega parte de su alma, Demyan se arrodilló frente al árbol y depositó la flor en las raíces doradas.

El impacto fue inmediato: un resplandor cubrió todo el lugar, el suelo tembló y el aire se llenó de un murmullo de voces antiguas.

La flor absorbía la energía del árbol, pero a la vez lo hacía desgarrar parte de sí mismo.

Las raíces se iluminaron, extendiéndose como venas de fuego por todo el terreno. El árbol comenzó a latir con mayor fuerza, como si luchara para insuflar vida a lo que ya no existía.

Truth posó su mano en el hombro de Demyan.

—Debes ser paciente. El proceso no se completará en un día ni en una noche. El árbol está llenando la flor de la esencia necesaria para devolverla. Pero recuerda… —lo miró con solemnidad—, Aria no regresará como la mujer que conociste. Regresará como la diosa que siempre fue.

Demyan apretó los puños, con la mirada fija en el resplandor de la flor.

Sabía que cada instante lo acercaba a ella, pero también sabía que cada instante lo alejaba del recuerdo de lo que habían vivido juntos.

La flor brilló con un resplandor tan cegador que la oscuridad del rey comenzó a resquebrajarse, mostrando grietas de luz en su propia esencia.

Y en ese instante, Demyan entendió que no solo estaba trayendo de vuelta a Aria… estaba poniendo en juego su propio destino.