Capítulo 16: La carta que no esperé

Era martes. El cielo gris. La ciudad lenta.
Una de esas mañanas en las que todo parece estar en pausa.
Yo trabajaba en casa, con música instrumental de fondo y el teléfono en silencio.

Hasta que sonó el timbre.
No esperaba a nadie.
Pensé que era una entrega equivocada.

Pero cuando abrí la puerta, no vi a nadie.
Solo un sobre blanco, sin remitente, con mi nombre escrito a mano.
Mi corazón lo reconoció antes que mis ojos.

La caligrafía de Édgar.

Me senté en la mesa de la cocina. Respiré hondo.
No quería abrirlo. Tampoco podía no hacerlo.

Deslicé el dedo por el borde.
Adentro, solo una carta, escrita en tinta negra.

Valeria:

No estoy escribiendo para pedir perdón. No quiero redención.

Solo necesito que sepas algo que oculté. Algo que nunca tuve el valor de decir.

Hace tres años, cuando rompimos, no fue solo por mi cobardía emocional… fue porque recibí un diagnóstico que no supe manejar. Me dijeron que tenía depresión severa. Lo oculté. Lo negué. Lo arrastré hasta que te arrastré a ti conmigo.

No justifico lo que hice. Solo quiero que entiendas que el hombre que conociste también estaba enfermo.

Estoy mejor ahora. Estoy en terapia. Tomo medicación. Aprendí a hablar.

No quiero volver contigo. Pero necesitaba que supieras esto. Que no fue tu culpa.

Que nunca lo fue.

—Édgar.*

Las palabras me golpearon como un puño suave: no querían destruirme, pero me dejaron sin aire.

Me quedé en silencio largo rato.
Sintiendo cosas que no sabía que aún vivían en mí:
Culpa.
Rabia.
Ternura.
Luto.

No lloré.
No grité.
Solo miré por la ventana como si allá afuera hubiera una señal.
No la hubo.

Esa noche, le escribí a Julián:

Hoy recibí una carta de Édgar. No quiero que te alarmes. No es lo que parece. Pero necesito contártelo. Hablarlo. Ser transparente.

Su respuesta llegó minutos después:

Gracias por confiar en mí. Estoy aquí. Para escucharte, no para juzgarte.

Suspiré.
Porque entendí algo:
El pasado puede doler… pero no tiene por qué dictar el rumbo.
Solo si lo dejamos.