Capítulo 24: Entre pantallas y suspiros

Los primeros días fueron fáciles.
Mensajes dulces.
Videollamadas a medianoche.
Fotos de desayunos, calles, luces.
Nos enviábamos canciones, memes, promesas.

El deseo estaba ahí, contenido pero vivo.
Nos veíamos por la pantalla, y nuestros ojos se acariciaban aunque las manos no pudieran.

—Extraño tu olor —me dijo una noche desde su nuevo apartamento en Malasaña.

—Yo extraño tu risa cuando estás medio dormido —le respondí, abrazando su suéter como si aún llevara su calor.

Pero luego, llegaron las semanas difíciles.
Julián empezó a trabajar más.
Las llamadas se acortaron.
A veces los mensajes tardaban horas.
Y cuando hablábamos, el silencio empezaba a pesar más que la conexión.

—¿Estás bien? —le pregunté una noche.

—Sí. Solo cansado.

—Te siento lejos.

—Estoy a 8.000 kilómetros, Valeria. Es normal.

Esa frase me dolió.
Más que la distancia, dolía la sensación de no ser prioridad.

Hubo días de duda.
No sobre si lo amaba.
Sino sobre si el amor bastaba.

Mi cuerpo lo extrañaba.
Mis noches eran largas.
Y había momentos en que me preguntaba si todo esto tenía sentido.

Pero entonces, una madrugada, desperté con un mensaje:

*“No hay ciudad que me llene si no estás.

No hay cama que me abrace como tú.

Estoy aprendiendo a ser sin ti, pero no quiero dejar de construir contigo.

¿Volverías a escribirnos una historia, aunque sea a distancia?”*

Lloré.
No por tristeza.
Sino por el alivio de saber que aunque el amor tambalea… también puede sostenerse si ambos lo cuidan.

Respondí con una nota de voz:

—Sí, Julián. Pero necesito que estemos. No solo de palabra. No solo cuando sobre tiempo. Sino con intención. Con verdad.

—Lo haré —dijo—. No porque me lo pidas. Sino porque tú eres mi casa… y no quiero vivir sin techo.

Esa noche dormí con el celular bajo la almohada.
Y por primera vez en días, soñé con nosotros.
No juntos.
Pero sí cercanos.

Porque la distancia no destruye el amor… solo lo afina.

Les Agradezco seguirme.