Introducción

El cielo caía a pedazos, miré en tu dirección y te sonreí, murmuré un: «lo sabía», sonreíste de vuelta negando, alzaste la mirada al cielo, después de abrir y cerrar los ojos por un instante, regresaste la vista a mí, como siempre desde el día que nos vimos por primera vez.

La urgencia con la que tus ojos buscaban los míos me llevaba a lugares, me hacía sentir en casa y segura, muchas veces te dije que el cielo era de cristal y que un día caería desecho sobre nuestras cabezas, decías que era el mar el que era una ilusión y que un día nos hundiríamos en el sin darnos cuenta.

No sabría decirlo, se sentía como hundirse en el mar, a la vez que mientras los cientos de cristales de las ventanas estallaban veía un cielo despejado y hermoso como una vitrina deshecha, tu mirada era tranquila, no como siempre: desesperada y urgente, te sonreía con paciencia para que te calmaras, pero esta vez por primera vez, tu mirada era tranquila. Te amo amor, te oí decir sin ver tus labios moverse, yo también te amo amor, repetí en mi mente y sonreíste, supe que me escuchaste.

—Y ¿Qué es el tiempo Mateo?

—Tus sonrisas y el ritmo de tu respiración, el tiempo es lo que pasa mientras respiro tú mismo aire.

—Te pasas de cursi.

—Quizás. No sé cómo poner en palabras lo que siento y pienso de estar contigo, es demasiado intenso. No sabía que sería así.

—Quizás no sea así y estés obsesionado conmigo y seas peligroso.

—El mundo es frágil, Ana. Temo —dijiste arrullando a nuestro bebe en tus brazos.

—El mundo es rudo, Mateo, pero nosotros hemos sido fuertes.

—¿Estaremos bien?

—Él lo estará.

No hubo a quien amara como te amé a ti Mateo, hasta que llegó Biel, fue cuando el amor se hizo más grande, fuerte y todo tuvo sentido y entonces todo acabó para que otros pudieran empezar.

—Sin signos vitales, mujer blanca de unos veinte años.

—Sin signos vitales, hombre blanco de unos veinte años.

Y así terminó nuestra historia.