Epílogo

Seis años después.

Un niño corría de un lado al otro del cementerio, reía con malicia mientras hombre rubio alto trataba de atraparlo sin querer atraparlo, lo alzó en brazos finalmente y el niño rio mucho, se colgó de su cuello y besó su mejilla. Se bajó de un auto lujoso una chica muy blanca con un bebé en brazos, el hombre se giró la besó en los labios.

El pequeño hizo un gesto de que se acercara se abrazaron los tres, ella sostenía con fuerza a la pequeña criatura que tenía en sus brazos. Caminaron hacia una tumba y se colocaron de frente, ninguno lloraba, todos reían, el niño se sentó sobre la tumba con las piernas cruzadas y dibujaba algo sobre un papel.

La complicidad y picardía con la que los esposos se veían iluminaba el lugar, una escena extraña para un cementerio.

—Que niño tan hermoso, que dios lo bendiga —preguntó un joven moreno junto a una chica de piel clara.

—Gracias—respondió el hombre.

—¿Cómo se llama?

—Biel Mateo—respondió la chica, su mirada era dulce.

—Lindos nombres.

—Gracias señor, estoy visitando la tumba de mis padres bilógicos.

El chico moreno se quedó serio.

—Disculpe joven, no quería importunarlo.

—¿Qué es importunarme?

—Interrumpirlo.

—Ah no me interrumpe. Ellos siempre están aquí.

—No solo allí. Están siempre contigo.

—¿Sí? Yo prefiero que no—rio con malicia.

—Biel—lo regaño el hombre alto.

—Digo que no son solo esos cuerpos, están en cualquier parte, en ti ¿No te dieron la vida?

—Sí, me concibieron.

—¿Los quieres mucho?—preguntó la chica.

—Sí, demasiado—suspiró—, los amo mucho.

Los jóvenes rieron y se miraron.

—Seguimos, buenos días—se despidió el joven.

—Biel, le sueltas cada cosa a la gente, lo regañó la mujer.

El niño subió al auto emocionado con sus padres. El día era hermoso, brillaba con fuerza el sol y aunque hacía calor, no pesaba estar en la calle, se aspiraba un olor a esperanza y posibilidades, a amor.