44. Gran parte de mi...

Déjame entender ¿Tomarás un vuelo a New York? —asiento en dirección a Dylan.

—Se suponía que íbamos a ir temprano pero los horarios de vuelo cambiaron.

—¿Piensas traerme algo de ahí? —cuestiona Sara con diversión en su tono de voz.

—Convencida, ilusa —expulso un bufido—. Pienso quedarme ahí toda la vida para no tener que escuchar tu voz o la de Liam.

—¿Por qué la de Liam no? —inquiere Rowan con confusión.

—Creo que Liam y Holly te pueden decir porque no —arqueo una ceja a los dos mencionados. El primero rueda los ojos y la segunda se sonroja de manera muy notoria. Si creyeron que hacerme despertar a las cinco de la mañana porque Liam tuvo problemas mecánicos con el auto me hace sentir de maravilla, están muy equivocados.

Liam cambia de tema y puedo ver la cara de alivio de Holly, no tengo idea de qué tanto hicieron el día de ayer como para que se entretuvieran hasta las cinco de la mañana, tampoco me interesa porque lo primordial durante esas horas es la necesidad de enterrar mi cara en la almohada mientras me acurruco en la calidez de mi cama.

La conversación es bastante tranquila, gira en torno a películas de cine nuevas. Muerdo mi labio inferior, tomando el tarro de palomitas vacío que hay en medio de la mesa del centro de la habitación de Dylan.

—¿Rowan qué se hizo Reynolds? —pregunto solo para él. El muchacho de muchos más tatuajes que los que tiene Reynolds murmura algo sobre bajar para responder una llamada. Me voy con la excusa de llenar el tarro el palomitas aunque a nadie le importe que me desaparezca.

Cuando entro a la cocina efectivamente Reynolds tiene su celular en mano. Me dirige una mirada inquisitiva, a la que respondo alzando el tarro vacio de palomitas.

—La comida no llega sola.

—No, tu vas detrás de ella.

—Recorrería cielo y tierra por ella —murmuro, acercándome a la olla en donde se encuentran las demás palomitas para echarlas en el tazón—. La comida es y será uno de los más grandes placeres de la vida.

—¿Cuáles son los otros?

Me encojo de hombros al mismo tiempo que pongo la tapa de la olla encima, haciendo a un lado el tazón de palomitas ahora lleno.

—Creo que es subjetivo, todos tenemos nuestros gustos y disgustos; así que muchos pueden considerar algo como un placer, y otros como algo detestable —giro sobre mi propio eje descubriendo que está muy cerca de mí. Coloco la punta de mi dedo índice en mis labios fingiendo pensar—. Luego estás tú Reynolds, eres como una mezcla de mierda con azúcar.

—No te creas demasiado diferente, Rayo de Luz —espeta con socarronería, y aunque muchos estarían molestos, yo simplemente me divierto.

—Pero por supuesto que sí. Yo soy una mezcla de mierda con brillos, azúcar, confeti, y una corona.

—Esa es una mezcla de mierda muy rara.

—Raro es estar hablando de esto.

—Tu comenzaste el tema.

—No, yo dije algo referente a ello, luego tú preguntaste... —las palabras dejan de salir de mi boca en el segundo que su cuerpo se pega por completo al mío, de tal manera que coloco las palmas de mis manos a cada lado su pecho mientras siento sus manos en mi cintura y su respiración muy cerca de mi cuello.

—Hablas demasiado, Rayo de Luz —susurra, en un tono maldita y sensualmente ronco que hace que todos los vellos de mi piel se ericen.

Su pecho se presiona contra el mío, y vuelvo a retener mi respiración durante unos instantes. Tomo su chaqueta en puños cuando mi respiración se regula.

—Deja de hacer eso, Reynolds.

—¿Hacer qué, Rayo de Luz? —cuestiona divertido, descansando su frente sobre la mía. Su aliento cálido chocando contra mis labios.

—No es gracioso.

—No, sólo tentador —pero no está mirando a mis labios, está mirando a mis ojos—. ¿Te vas dentro de poco?

—Tengo que.

—Para algo existe el submundo.

Curvo mis labios en una sonrisa.

—No puedo hacer eso, debo estar presente en este mundo.

—¿Qué hay del mío?

Oh, mierda.