Capitulo 15

La Voz de la Hija

"No hay máscara que oculte el temblor de una verdad por revelarse."
— Lira, en su diario sellado

Yo era hija de un reino en ruinas, y aún así, me llamaban princesa. Un título vacío en un castillo corroído por secretos, entre pasillos donde los ecos de la traición sonaban más fuertes que las plegarias. Mi padre había regresado con el alma corrompida por la magia, y en su sombra ya no encontraba al rey que una vez conocí.
La luna se ocultaba detrás de nubes que sabían demasiado. Sentada frente al espejo, con la máscara aún sobre mi rostro, me pregunté si alguna vez había sido libre. Theron dice que la libertad comienza con la verdad… pero la verdad también arde. Y yo ya tenía suficientes cenizas sobre mi piel.
El consejo había sido convocado, los nobles se reunían en la Gran Sala como si con palabras pudieran contener el abismo que se abría bajo sus pies. Algunos me observaban con respeto, otros con miedo. Pero todos sabían que era yo, no mi padre, quien sostenía Astereth desde hacía años.
Y él, el rey, se presentó como una tormenta en carne. Su armadura oscura reflejaba luces rojas, su capa era una sombra viva. El mismo hombre que me enseñó a montar a caballo ahora hablaba con un tono que desgarraba la voluntad.
—Mi querida hija… —dijo al entrar, su voz reverberando con una magia que no le pertenecía—. Me alegra ver que aún tienes el sentido del deber.
No me levanté. No incliné la cabeza. Lo miré directo a los ojos.
—El deber no muere, ni siquiera cuando el rey abandona el trono por la oscuridad.
Un silencio cayó sobre la sala. Algunos nobles retrocedieron. Theron, a mi izquierda, me apretó el brazo con firmeza. No podía detenerme ahora.
—Has traído magia prohibida dentro de estas paredes —continué—. Has puesto en riesgo la estabilidad del Velo. Has olvidado a tu pueblo.
Mi padre me observó como quien mira una jaula que solía contener a un ave dócil.
—Tú no sabes nada del sacrificio. Yo vi venir la muerte. El Velo ya estaba roto, hija. Yo sólo tomé lo que debía tomar para protegernos.
—¿Protegernos? ¿Aliarte con aquello que destruyó las montañas del norte? ¿Negociar con sombras, mientras el pueblo sufre hambre?
—El pueblo no necesita amor. Necesita orden.
Me levanté.
—¡El pueblo necesita esperanza! ¡Y tú ya no eres capaz de dársela!
En su rostro se dibujó una mueca que no supe si era tristeza o furia. La magia lo había cambiado. Las venas en su cuello pulsaban con un resplandor violeta. Y aún así, era mi padre. En algún rincón enterrado de su alma, lo sabía.
—Te enfrentarás a mí entonces, Lira. —Su voz era un filo de hielo.
—No. Me enfrentaré a la oscuridad que crece en ti.
El consejo terminó en caos. Algunos me apoyaron. Otros huyeron. Velmor ya se acercaba por el este, y mi propio padre preparaba una guerra dentro de las murallas.
Esa noche regresé al jardín, buscando aire, buscando la ilusión de paz. Darian apareció sin anunciarse, su mirada más seria que nunca.
—Vi lo que hiciste —dijo—. Enfrentarte a él… eso no se olvida.
—No fue valentía —respondí—. Fue necesidad.
Él asintió, y durante un momento, Fue simplemente un hombre cansado, como yo. La guerra nos estaba reclamando a todos, y no habría más lugar para máscaras.
—¿Qué harás ahora? —preguntó.
—Reuniré aliados. Organizaré las defensas. Haré lo que él debería haber hecho. Lo que me corresponde.
—Y si él ataca desde dentro…
—Entonces lucharé dentro y fuera. Pero no abandonaré mi gente.
Kael bajó la mirada. Por un instante, pareció a punto de hablar con su voz verdadera, pero se contuvo.
—No estás sola —dijo finalmente—. Aunque no puedas confiar en mí… aún no.
Me marché sin responder. Pero sus palabras quedaron conmigo. Como una herida… o una semilla.
Velmor marchaba. El rey caía. Y yo… yo me alzaba.
Porque soy Lira de Astereth, hija del fuego, y heredera de un reino roto que aún arde por vivir.