Capítulo 39: El Corazón del Mundo

El viaje fue silencioso. No por miedo, sino por reverencia. Lysiane y Cael cruzaron los límites conocidos de Liria, atravesando bosques cantores, ríos que hablaban con recuerdos, y montañas que lloraban cristales de antiguas batallas.

Al final del mundo, en una grieta de luz y sombra, encontraron el Corazón del Mundo. No era un lugar físico, sino un espacio donde los elementos no eran opuestos, sino uno solo. Allí, la magia no era poder, sino verdad.

—Aquí fue donde comenzó todo —dijo Lysiane en voz baja—. Aquí nacieron las primeras hadas… antes de que fueran divididas.

Cael entrelazó sus dedos con los de ella. Su unión no era una promesa, sino una declaración: juntos habían roto el ciclo antiguo, pero para sellar el nuevo… haría falta más.

El Silencio se alzó como una sombra líquida, sin forma ni rostro. No atacó. Observó. Era la encarnación de la magia sin emoción, sin mezcla, sin error. El orden absoluto.

—Tú no eres enemiga, Lysiane —susurró la entidad—. Eres mi hija. Tu magia nació de la ruptura, pero también del origen.

El aire se detuvo. El agua tembló. El fuego vaciló. La tierra gimió.

Y Lysiane… cerró los ojos.

—No soy hija del silencio —respondió—. Soy hija del cambio.

Entonces, abrió sus alas por completo.

Por primera vez, dejaron de cambiar de forma o color. Se solidificaron en un diseño perfecto, con vetas de todos los elementos y una quinta luz en el centro: una espiral dorada, el amor.

Lysiane caminó hacia el centro del Corazón del Mundo y tocó la tierra. Cael, sin dudar, la siguió. Juntos, cantaron una antigua canción. Nadie les enseñó esa melodía; simplemente… la recordaron.

Y el Silencio gritó.

No de dolor.

Sino de liberación.

La prisión no era el mundo. Era su olvido. El Silencio se disolvió como una sombra que recuerda el amanecer. Y la magia del mundo… respiró.