Prólogo – El secreto bajo el agua

En la calle más silenciosa del barrio más olvidado de la ciudad, se alzaba un local con las letras desgastadas por el tiempo: “Acuario Neptuno”.

Pocas personas entraban.
Menos aún salían con algo comprado.
Pero los peces en las peceras siempre parecían nuevos.
Siempre vivos.
Siempre… observando.

Dentro, una pareja de ancianos cuidaba el lugar con una devoción extraña. Ella, Matilde, se deslizaba entre los pasillos como un susurro, con los ojos perdidos en las burbujas. Él, Jacinto, de pasos pesados y manos callosas, hablaba poco y trabajaba mucho, como si cargara un secreto en la espalda.

Los vecinos decían que el hombre había sido científico, o algo parecido. Que vivieron muchos años fuera del país. Que ella alguna vez había sido madre.
Pero nadie recordaba haber visto niños en esa casa.
Y ninguna de esas historias explicaba por qué, cada noche, Jacinto bajaba solo al sótano del acuario… y subía con las botas mojadas.

Nadie preguntaba.
Nadie quería saber.

Hasta que un día, el cartel apareció en la puerta:
“SE NECESITA VENDEDORA. NO SE REQUIERE EXPERIENCIA.”

---

Alma no vio el cartel hasta que estuvo a punto de rendirse.
Había caminado toda la mañana buscando trabajo, con la frente empapada por el sol y las suelas gastadas de tanto andar. Su último empleo como costurera se había esfumado como humo. Y con él, la poca estabilidad que le quedaba.

Tenía veintisiete años, una mirada dulce pero decidida, y una paciencia a prueba de todo… o casi todo.

—Más tranquila que el agua del pozo —le decía siempre su amiga Leti.

Pero incluso el agua más quieta puede esconder remolinos.

Y cuando Alma cruzó la puerta del acuario por primera vez, no lo sabía, pero algo la estaba esperando.
Algo que llevaba mucho tiempo debajo.
Algo que aún respiraba…
Y que tenía hambre de volver a la superficie.