Fuerte. Resiliente. Y viva.

Había sobrevivido.

Oriana salió del trabajo, agotada tanto física como mentalmente.

**Samuel aún no la había llamado**, y eso le parecía extraño. Samuel siempre era puntual, casi obsesivo con los horarios, y normalmente ya habrían hablado para esa hora. Pero hoy, nada. Intentó no darle demasiada importancia mientras subía las escaleras de su piso.

Al llegar a casa, decidió que una ducha le ayudaría a despejarse. Se quitó la ropa con movimientos lentos, casi automáticos, y se metió bajo el agua tibia. Mientras el agua corría por su cuerpo, su mente viajaba a esos días difíciles después de la operación.

Se miró al espejo de la ducha, enfocando su mirada en sus pechos. **Las prótesis**, recordó, el resultado de aquella batalla feroz que había tenido que enfrentar. El cáncer le había arrebatado muchas cosas, **entre ellas, parte de su cuerpo**, y había tardado en acostumbrarse a la idea de que aquellas prótesis ahora formaban parte de ella. Pero aún hoy, había días en los que sentía una punzada de tristeza.

El cáncer no solo la había privado de sus pechos, sino también de cierta inocencia, de esa **sensación de control sobre su propia vida**. Todo había cambiado desde entonces. Había tenido que **ser fuerte**, más fuerte de lo que nunca imaginó, pero también había momentos, como ese, en los que sentía el peso de todo lo que había perdido.

El sonido del teléfono la sacó de sus pensamientos. **Quizás era Samuel finalmente**, pensó, con una mezcla de alivio y preocupación.

Se envolvió en una toalla y salió del baño, mirando la pantalla del móvil. Pero no era Samuel.

Suspiró y dejó el teléfono sobre la mesa. Mientras se sentaba en el borde de la cama, el silencio del apartamento le recordó que, a pesar de todo, **había sobrevivido**. Y aunque había partes de ella que ya no eran las mismas, seguía siendo Oriana. Fuerte. Resiliente. Y viva.