Prólogo

—¿No te duele cuando respiras? —giro la cabeza hacia el chico que sopla el humo fuera de su cuerpo.

Niego antes de contestar: —Cuando me falta el aire sí, casi no sucede pero por si acaso lo cargo conmigo. Nadie sabe lo que puede pasar —relamo mis labios y me recargo en la pared. Observo como continúa llevando el cigarro a sus labios. Me mantengo lo más alejada posible que puedo para no inhalar el tóxico humo.

—¿No te falta el aire cuando hablas? —eleva una ceja.

Frunzo el ceño cuando entiendo a que se refiere, muerdo mi lengua para no contestarle con una ofensa. Volteo hacia otra parte ignorándolo. Si no quisiera mi compañía ya me hubiera corrido.

—Hey, May —ignoro al castaño completamente concentrándome en una flor que se encuentra a unos metros de nosotros. Miro por el rabillo del ojo como apaga el cigarro con su pie y se acerca a mí—. Hazme caso cuando te hablo —toma mi barbilla entre sus manos y levanta mi rostro para que lo mire.

Me centro en la laguna azul que me hace viajar al mar. Olvido que me ha llamado parlanchina justo hace unos segundos. Sus ojos hacen que me sienta en paz.

—Solo jugaba —el olor a tabaco inunda mis fosas nasales y hago una mueca—. No te molestes mucho, sabes que no voy a rogarte.

Suspiro hondo y asiento.

—Lo sé, no tienes que decírmelo cada vez que me molesto —ruedo los ojos exasperada y cruzo mis brazos aún mirando sus ojos.

Él muerde su labio mirándome de la misma forma, me debato en si besar sus labios que me llaman a gritos o esperar a que él lo haga.

Nunca sé cómo puede reaccionar.

—Sabes que aunque te molestes mil veces estaré ahí para joderte —susurra pegando su frente a la mía. Cierro mis ojos y me enfoco en nuestras respiraciones mezclándose—. Pase lo que pase siempre estaré ahí.

—¿Lo prometes? —subo mis manos a las hebras de su cabello.

—Lo prometo, estaré ahí hasta que deje de respirar.

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