El Temblor del Umbral

Al salir del túnel, el aire olía a humedad y ceniza.

Los tres vehículos estaban allí, ocultos bajo ramas y lonas, tal como Zara había prometido. Eran parte del protocolo de escape, aunque nadie pensó que se usarían. El grupo se acercó con urgencia. Cael retiró las cubiertas mientras Jack uno de los técnicos revisaba los motores.

—Este no enciende —gruñó Jack, golpeando el capó del tercero.

—Dos bastan —dijo Tomás, con la voz tensa.

Se dividieron rápido. Tomás, Elías y Marina subieron al primero. Jack, Cael y los dos técnicos al segundo. El bosque parecía quieto, pero algo vibraba en el aire. Como si el suelo contuviera un secreto a punto de estallar.

Avanzaron por el sendero hacia la casa de verano. El cielo estaba gris, pero no por nubes. Era como si el sol se negara a mirar lo que venía.

Entonces, las esferas comenzaron a moverse.

No volaban. No giraban. Se deslizaban por el aire como si obedecieran una nueva lógica. Marina las vio primero, flotando entre los árboles, girando sobre sí mismas con una velocidad imposible.

—¿Están... buscando algo? —susurró Elías.

El suelo tembló.

Primero como un suspiro. Luego como un rugido.

—¡Suban! ¡Ahora! —gritó Cael.

Los motores rugieron. Las ruedas giraron sobre tierra suelta. El temblor se intensificó. A lo lejos, Marina vio una esfera descender lentamente, como si eligiera su lugar. Cuando tocó el suelo, no hubo explosión.

Hubo ruptura.

La tierra se abrió como una herida. Una grieta gigantesca se extendió desde el punto de impacto, devorando árboles, rocas y parte del sendero. El vehículo de Tomás giró bruscamente. El de Jack aceleró al límite.

La grieta casi los alcanza.

Marina gritó. Elías cerró los ojos. Cael rezó en silencio.

Pero lograron huir.

La grieta quedó atrás, como una boca que no pudo devorar lo que quería. Las esferas se elevaron de nuevo, como si hubieran fallado. El bosque se cerró detrás de ellos. Y el camino hacia la casa de verano se volvió más que una ruta de escape.

Era un umbral.