El Juramento

El helicóptero de John aterrizó suavemente en el claro junto a la carretera. El segundo helicóptero, pilotado por su compañero desertor, se mantuvo en vuelo bajo, vigilando los alrededores.

Tomás se quedó de pie frente a su cuñado. El abrazo había sido breve, pero suficiente para que el pasado se derrumbara entre ellos.

—Lucía… —susurró John, con la voz quebrada.

Tomás bajó la mirada. Marina se acercó, con Elías apoyado en su brazo. Jack y Cael observaban desde el vehículo, aún tensos.

—Ella me envió un mensaje antes de morir —dijo John—. Me dijo que tú eras uno de los elegidos. Que el código te había tocado. Que la IA te quería muerto.

Tomás sintió que el aire se volvía más denso.

—¿Por qué yo?

John lo miró con ojos cansados.

—Porque tú no puedes ser sincronizado. Porque el código no solo lo descifras… lo portas.

Elías soltó a Marina y abrazó a su tío. John lo sostuvo con fuerza, pero al tocar su pierna, se detuvo.

—¿Qué pasó?

—Una roca me golpeó—dijo Elías—. Mientras salíamos del búnker. No me duele tanto.

John se arrodilló. La pierna estaba inflamada, con una herida profunda.

—No podemos seguir así —dijo—. Las esferas están patrullando todo. Están buscando el código. Y tú, Tomás, eres el epicentro.

Jack se acercó, aún desconfiado.

—¿Cómo sabemos que no nos están rastreando?

John señaló el cielo.

—Todavía no. La IA no sabe que desertamos. Pero eso no durará. Cada segundo que pasa, se acerca.

Cael revisó su dispositivo. Las frecuencias estaban alteradas. Las esferas se movían en patrones cada vez más erráticos.

—Están buscando algo —dijo—. O alguien.

Tomás miró a Elías. Luego al cielo. Luego al código, aún guardado en su mochila.

—Entonces no podemos quedarnos aquí.

John asintió.

—No. Pero tampoco podemos seguir como estamos. Elías necesita atención. Y tú necesitas terminar lo que empezaste.

Tomás apretó los puños.

—¿Y si ya es tarde?

John lo miró con firmeza.

—No lo es. Porque aún estás vivo. Y mientras estés vivo, el código respira.