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Algunos meses más tarde, mi reputación como "Manchitas" se había esfumando poco a poco, saliendo solo cuando algún chico desagradable me molestaba con aquel apodo. Pero había algo que no se había esfumado.

¿Recuerdan a Matías? Pues, aunque había dejado de lado el tema de mi atracción hacia él por un tiempo, no podía mentirme: seguía gustándome, era innegable.

Pero había un problema: Diana, la chica nueva.

Rubia, linda, agradable y, para colmo, era obvio que le gustaba Matías. ¿Cómo lo deduje? No fue nada difícil, pues la escuché decirle a su grupo de amigas: "Es lindo ese chico de ojos grises. Creo que juega fútbol".

Solo había un chico con ojos grises en el equipo y, claro, ese era Matías.

Un segundo problema: a Matías le gustaba Diana.

¿Que cómo lo supe? Porque Víctor lo escuchó en la clase de educación física hablando sobre una tal chica nueva que era rubia, agradable y guapa. Y solo había una chica nueva que era rubia, y esa era ella.

¿Y qué hice yo? Desahogarme con Víctor, como siempre lo hacía.

—¿Por qué no pude nacer rubia? —lloriqueaba echándole la culpa al cabello de Diana.

—Porque tu mamá es morena y tu papá tiene el cabello negro —intentó bromear para animarme, pero no lo logró.

—Creo que es porque soy desagradable —me resigné—. Supongo que nunca tendré novio.

—¿Para qué quieres uno? Estamos en secundaria, no necesitas un novio. Además, no eres desagradable —volvió con su alegría a intentar contagiarme. Falló rotundamente, de nuevo.

—¿Que para qué lo quiero? Bella tiene uno, igual que Stella y Marie, y todos son chicos guapos, ¡hasta son mayores! —señalé con envidia—. Si consigo un novio podría dejar de ser la chica invisible que se manchó enfrente de todos.

—Yo pienso que justo así eres asombrosa —insistió.

No le hice caso, yo buscaba ser igual a esas chicas. Eran hermosas, populares, divertidas... Anhelaba ser todo eso más que cualquier cosa.

No pretendía seguir siendo un fantasma.