XXXIX

Lucas bostezó y estiró los brazos. Al abrir los ojos, sonrió frente a la imagen que tenía a su lado. David aún estaba dormido. Siempre le había parecido que él se veía como un ángel mientras dormía, lo pensó desde la primera vez que pasaron la noche juntos. Contempló cada parte del rostro de David en silenciosa admiración. Definitivamente era el chico más atractivo que había visto en su vida. David comenzó a removerse en su lugar, y al cabo de unos segundos, abrió los ojos perezosamente.

—Buenos días —dijo Lucas con una sonrisa.

—Buenos días, amor —susurró David, aún adormilado.

Esa palabra. Por muchos años Lucas había deseado escucharla salir de los labios de David al menos una vez más. Se sentía en el paraíso. Una sensación extraña recorrió su estómago hasta llegar a su pecho: estaba feliz.

—Te amo mucho —murmuró, para después darle un beso corto en los labios a David, quien sonrió al escuchar sus palabras.

—Yo también te amo —contestó el chico, y luego bostezó.

—¿Quieres acompañarme a hacer el desayuno? —preguntó Lucas, sentándose en el borde de la cama, a punto de ponerse de pie para salir de la habitación.

—Sí. Pero aún no —respondió David, abrazándolo desde atrás y obligándolo a regresar a la cama—. Quédate aquí un rato conmigo, ¿sí?

—Tus deseos son órdenes —exclamó Lucas. Juntó sus labios con los de David, y al separarse del beso, ambos se acostaron en la cama.

Lucas tenía la cabeza apoyada sobre el pecho de David, mientras él acariciaba su cabello con ternura.

—¿Te puedo preguntar algo? —dijo Lucas.

—Claro.

—Si tuvieras un hijo, ¿cómo lo llamarías?

—Lo llamaría... Lucas.

—En serio.

—Estoy hablando en serio.

Lucas sonrió, negando con la cabeza.

—Esta bien, ¿y si fuera niña?

—Maia —dijo David sin meditarlo ni por un segundo, como si la respuesta fuera tan clara como su propio nombre.

—Maia... —susurró Lucas para sí mismo— Es bonito.

—Sí, lo es.

Se quedaron un rato en la cama, disfrutando de la presencia del otro, hasta que el hambre los obligó a levantarse.