Cápitulo 58

    El método de bañarme con agua hirviendo como la mejor fórmula para liberarme de tensiones no me sirvió. No esta vez. La sangre bullía por mis venas cada vez más. No sabía si de enojo o decepción. Si era verdad lo que Nico y Tommy decían, la persona que yo conocía como Baltazar no existía. Es decir, el Baltazar que yo conocía no era capaz de las cosas de las que se lo acusaban. Por otro lado, Nico le había contado de mi amor por Tommy al propio Tommy. Y eso era una alta, altísima traición. Que él, esta demás decirlo, no reconocería jamás.

   Lo peor de todo, se lo llevaba Tommy, que había ido a enfrentar a Baltazar a su propia casa, por lo que Nico le había contado. Era el colmo. No podía creer que aquellas cosas hubiesen ocurrido aquel día.  O en aquellos días mejor dicho, porque noté que estaban raros desde que llegué del dichoso fin de semana.

     Me restregué los ojos. Quería llorar, romper cosas, pegarle a alguien. Todo se me anudaba mortalmente en la garganta. Recordé los ojos de Baltazar mirándome en la penumbra de la habitación la primera noche que me quedé con él en su casa del balneario. Esos ojos no podían mentir tan bien. El cosquilleo que había sentido en el estómago en aquel momento regresó, y me dolió. Si aquellos ojos mentían, ya no había nada más en que creer.

    Me levanté de un salto de la cama y agarré la campera de abrigo de un golpe. No me molesté en apagar ni la tele, ni las luces ni nada. Cerré la puerta y salí al frio de la calle. Existía un solo lugar en el que me podía sentir mejor y aclarar mis ideas retorcidas antes de cometer una locura o terminar de joderla.

    Caminé sin mirar ni ver a nadie, y casi sin respirar,  las cuadras que me separaban de mi verdadero hogar. Cuando mamá abrió la puerta y mis ojos chocaron con los suyos ya no tuve motivos para seguir aguantando. Sería adulta, viviría sola y tomaría decisiones por mi cuenta, pero también sabía que en casos de peligro, de dolor y desorientación el mejor refugio eran los brazos de mi madre.  

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